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Norberto Alcover

De la postmodernidad a la postverdad

Parece mentira la de palabros que inventamos para denotar algo muy sencillo: la deconstrucción sistemática de la realidad hasta el punto de que se nos hace imposible dar con su definición concreta y objetiva. En un afán desmedido de sustituir cualquier dogmática, es un decir, hemos acabado por imposibilitarnos su auténtica y verdadera versión. A esto le llamamos postmodernidad hace diez años, tras los pensadores franceses, y ahora, un paso más allá, aceptamos que nos hemos quedado sencilla y miedosamente sin verdad, entregados a cualquier empeño subjetivo que la sustituya perentoriamente. En una palabra, ya no hay verdad. Solamente "semejanzas de verdad" que se llevan por delante las dudas de Kant, el pensamiento de Zubiri, pero también los estudios científicos a la hora de expresarlos. Tiene gracia lo que nos está sucediendo y que posibilita la mentira como moneda de cambio social: en realidad no se trata de mentir, sino de la imposibilidad de proceder con la verdad como instrumento de comunicación? porque sencillamente no existe. La postverdad es la entronización del agnosticismo conceptual como nueva "realidad estructural", y con el que tendremos que movernos hasta que demos con un palabro mejor, si es que lo hay.

Veamos un ejemplo esclarecedor. El señor Trump ha desplegado una campaña de cara a las elecciones norteamericanas presidenciales, utilizando una serie de términos contundentes, que seguramente le habrán ganado el voto de muchos ciudadanos: migración antinorteamericana, liquidez del pensamiento de Obama, Europa indefensa y huidiza, mi país para los míos, los servicios sociales sobran, tradición es realidad, volver a los valores de siempre, y otras delicadezas lingüísticas que, pensamos, respondían a convicciones concretas y seguras. Pues nada de eso. Trump, en un alarde de salto de la "verdad expresiva" a la "mentira definitiva" nos va diciendo que lo dicho no es lo que quería decir y que lógicamente se llevarán a cabo otras cosas, más matizadas. Luego nos ha mentido. Pues no. sencillamente ha practicado "la postverdad-postmoderna": se dice algo pero desde la convicción de que lo que se dice sistemáticamente no es cierto. Y por lo tanto puede decirse lo contrario sin necesidad de advertir ni pedir excusas. Además, de esta manera, no hay equivocación posible. Si es postverdad, repetimos que la moneda de cambio ya no es la verdad sino la mentira practicada como "cambio necesario". El río se lleva continuamente las piedras y por esta razón un lugar del mismo río deja de ser el que era en cada instante. El río de la vida todo lo arrastra, y no deja de arrastrar nuestra capacidad para definir lo verdadero.

Y así, tras la imposibilidad de ser definido, resulta que se trata de algo más: es indefinible en cuanto tal. Los humanos hemos perdido la verdad al ir negando su propia existencia. Hemos llegado a donde nunca creímos llegar, porque, ya aquí, nos sumergimos en un ámbito histórico imposible de organizar puesto que las palabras carecen de significado permanente. Las palabras se utilizan para "salir del paso" pero en absoluto como "expresivas de lo verdadero". Y cada quien se las componga para intentar comunicarse objetivamente a todos los niveles. Pacto, diálogo, programa, futuro, filosofía y hasta ciencia, se deshielan de toda componente objetiva y adquieren un sentido precario, meramente procesual y pragmático. Sirven pero no son.

El colmo es que parecemos estar felices, porque el resultado de todo esto es una convivencia parecida a lo sucedido con Trump: se acabaron las comunicaciones más allá del momento en que se "dicen", y uno puede reinventárselas con facilidad del rayo. Una maravilla. ¿Esto es pesimismo metafísico? vaya por Dios. Ahora resulta que una vez desaparecida la verdad reaccionamos como si la verdad siguiera inspirando nuestras actitudes. No, si acabamos con algo, pues acabado está. Y ya veremos cómo nos comunicamos de ahora en adelante. Que es una cuestión muy seria. Sí lo es. Y sin embargo, tengo la impresión (casi convicción de que también el susto es coyuntural por la sencilla razón de que nada se puede afirmar de forma absoluta. A cada momento, su propia definición. Es decir, la verdad es coyuntural nunca adquiere estructura lingüística sólida, sino que aparece como una especie de "aproximación voluntarística" a lo que sucede ante nosotros. ¿Y nosotros mismos? Nosotros mismos somos los grandes perdedores de esta actitud de "filosofía inútil": ni una cosa ni otra, solamente lo que decimos o pensamos o decidimos ser en un momento dado. El compromiso caduca como instrumento de relación para entronizar "detalles momentáneos" con los que se trabaja en el tiempo pero sin consistencia alguna. Una cultura del maquillaje. Un amor sin promesa. Una política sin confianza. Una religión sin religación. Un yo sin conciencia. Una delicia de mundo.

Decíamos que no se trata de pretender mentir" dese el punto de vista ético o filosófico. Cuando la esmerada Ilustración Desilustrada se ha consumado como pretendiera la Postmodernidad, el sonido de las cosas" perdidos en una prefiguración del caos. Es el triunfo de la vacuidad. Pues qué bien. Quienes querían deconstruirnos por completo lo han conseguido. Tras aquella Modernidad interrogante, nos llegó la Postmodernidad líquida y, por fin, la absoluta inseguridad conceptual y relacional. Lo hemos conseguido: no es posible ser verdadero. El momento es el momento. Dentro de algún tiempo, seguro que escribiré sobre la superación de la post-verdad, puesto que habremos dado a luz un nuevo palabro, tan terrible como los anteriores. Y de ahí a todas las sucesivas adquisiciones. Es decir, un caos solamente objetivado por el dinero. En este caso y misteriosamente, la palabra dinero verdadera. Significa lo que decimos significar. Es decir, poder.

Los clarines del espectáculo audiovisual suenan estridentes y las banderas de la gran farsa ondean al viento de nuestra impotencia: Si no hay verdad, estoces todo es posible. Trump. Siria. Recortes. Putin. Desmemoria. Y así en todo lo demás. ¿Recuerdan, por cierto, a un tal Cameron? Pues eso. Palabros. Nada más que palabros.

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