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Las comparaciones son odiosas

Eso mismo le decía el Cristo en cruz a don Camillo cuando este intentaba escurrir el bulto y tapar cualquier disparate suyo con una cita evangélica.

Pues hoy, sin nadie que me afee la conducta, voy a declarar que el mundo está muy, muy feo y que es hora de hacer penitencia por los pecados que han cometido otros. Bueno, por los nuestros también.

En primer lugar, un poquito de esperanza. Murió Fidel y lo redujeron a cenizas; supongo que las enterrarán en Santiago de Cuba y construirán encima un mausoleo horroroso, a la soviética. Estas cosas son inevitables: cualquier dictador las quiere. Solo Ho Chi Min, el líder de Vietnam, pidió que se le enterrase en una colina arbolada para que pudieran descansar los peregrinos y los viajeros que pasaran por allí. En vista de lo cual, sus herederos levantaron un monumento de mármol y pusieron su momia dentro a la vista de todos, con fieros soldados custodiando.

Pero veamos lo que queda. Raúl Castro compareció en televisión a decirles a los cubanos "Fidel ha muerto". En 1975, Arias Navarro compareció en televisión con lágrimas en los ojos y nos espetó "españoles, Franco ha muerto". Hasta ahora todo igual. Vaya, eran personajes de distinto cariz político pero ambos dictadores implacables. Fidel tuvo un carisma enorme, fue una de las figuras centrales del siglo XX y Franco, no. Vamos, que yo tuve un poster de Fidel en mi habitación y de Franco, no.

Pero vamos a lo que cuenta: cuál será el futuro. Los que tenían edad de razón en el 75, recordarán las colas que se formaron para rendir homenaje (o lo que fuera) al caudillo muerto; las mismas que en La Habana. ¿Cuánto duró el régimen franquista tan bien atado? Unos meses. Toda la armazón de 40 años se vino abajo en un pis pas. ¿Pasará lo mismo en Cuba? Yo creo que sí (claro que mis dotes de predicción están un poco desgastadas por mis anuncios sobre la derrota del Brexit y la victoria de Hillary Clinton). Es que en La Habana lloraba mucha gente. Ya. Y en Madrid en el 75. El régimen castrista, apoyado en centenares de miles de funcionarios a la sopa boba, se derrumbará en cuanto un heredero de Raúl Castro anuncie que se necesita libertad. Y más contando con la presión del vecino del norte. Pero, amigos, hay un nuevo inquilino en la Casa Blanca, que está más cerca de los cubanos de Miami que de los de la isla y no quiere que la naturaleza siga su curso: quiere retorcerles el brazo hasta que chillen y hayan pasado otras dos o tres generaciones de sufridos ciudadanos. Donald Trump, del que dice Iñaki Gabilondo que es como Idi Amin con una ensaimada en la cabeza, está dispuesto a enfriar el deshielo solo porque proviene de Obama. ¿Le dejarán hacerlo los grandes capitanes de la industria norteamericana? Espero que no. Alguna vez he pensado que el peor enemigo de los cubanos de la isla son los cubanos de Miami. Piénsenlo. Por otra parte, no puedo dejar de considerar que Trump viene a ser en político como un Cristiano Ronaldo en fútbol. Les tengo manía a los dos.

Nos viene curva en Europa. El próximo presidente americano está provocando un giro a la derecha en los países de nuestro continente. Trump y el conflicto del Medio Oriente que tan patosamente hemos contribuido a calentar. Primero fue Aznar con su política tan rígidamente conservadora. Luego, el primer ministro húngaro, que tiene todo de fascista menos el nombre. Luego Polonia. Luego fue el Brexit. Y ahora es probable que en Austria gane las presidenciales en candidato prácticamente nazi. Y luego podría ocurrir lo mismo en Holanda. Y no digamos en las elecciones de Francia el año que viene: puede ganar Marine Le Pen y solo es capaz de impedírselo Fillon, un político extremadamente conservador que me temo, querrá volver a la confesionalidad sin que se le note mucho. Lo mismo que en Turquía en donde Erdogan, aparte de inventarse golpes de Estado, está reimplantando el credo musulmán en un país que desde Atatürk era constitucionalmente laico. Puede creer lo que quiera, pero no hacer de su credo el dictum de gobierno.

Todos ellos opuestos a la riada de los refugiados provenientes de conflictos que tanto hemos contribuido a originar. Estamos buenos. Todos ellos racistas y nacionalistas menos a la hora de casarse: Trump con una eslovena, Farage con una alemana, Fillon con una galesa? Y todos ellos gente del pueblo sin un duro en la cuenta corriente.

Es como si en el cielo, en la puerta custodiada por san Pedro, pusiéramos unos arcángeles conocidos por su política de impedir la entrada de pobres sin túnica blanca. Ya. Ya sé: las comparaciones son odiosas.

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