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Eduardo Jordà

En Gettysburg

"Lo que nos hace falta en Cuba es una transición como la española". Quien lo dijo no era un cubano exiliado en Miami, sino un poeta y cineasta que dirigía un importante centro cultural en La Habana. Era un hombre muy bien relacionado con el Régimen y que por lo tanto podía entrar y salir sin problemas de la isla. Lo conocí en un encuentro de poesía en Estados Unidos y estuve dos o tres días charlando con él. Era un hombre cálido que reía a menudo y que sabía contar muy bien sus historias. No sé si era un comunista convencido, pero nunca hablaba mal del régimen de Castro, aunque de vez en cuando se permitía algún comentario negativo. De todos modos, su lealtad al régimen era absoluta. Una noche, bebiendo cerveza en un pub, me recitó el famoso verso de José Martí: "Dos patrias tengo yo: Cuba y la noche", y justo cuando pronunciaba la palabra noche me guiñó el ojo con picardía. Yo ya sabía que le gustaban las noches de parranda, las mujeres bonitas, las largas madrugadas de alcohol y cigarrillos, pero Cuba también estaba ahí, reclamándolo. Y Cuba, para él, era la revolución.

Un día de octubre visitamos juntos el campo de batalla de Gettysburg, que no estaba muy lejos de la ciudad donde se celebraba el festival de poesía. En el coche que nos llevaba, no sé por qué, salió a relucir el nombre del poeta salvadoreño Roque Dalton, que había sido asesinado por sus propios compañeros de la guerrilla en 1975, bajo la delirante acusación de ser a la vez "agente castrista" y "agente infiltrado de la CIA". "Roque era muy amigo míome contó. Y quizá eso le costó la vida. A sus compañeros de la guerrilla no les gustaban los cubanos. Preferían a los chinos. O a los rusos, yo qué sé. Pero para mí que lo mataron porque Roque le caía bien a todo el mundo. Por celos, por envidias, porque era simpático, porque era guapo: sólo por eso lo mataron". Nunca había oído una explicación así. Algún día debería escribirse una historia fidedigna de los delirios revolucionarios de los años 70. Roberto Bolaño la escribió a su manera en "Los detectives salvajes", pero sus historias de las "guerras floridas" de los jóvenes de su generación sólo cuentan una parte de la historia. Y eso que él decía haber conocido a los asesinos de Roque Dalton cuando pasó por El Salvador, en 1974, mientras regresaba de Chile a México en bus y haciendo autostop. Cuando se lo comenté al poeta cubano, me contestó que aquello era imposible. "Los que mataron a Roque eran sus compañeros de la dirección de la guerrilla. Vivían escondidos y rodeados de medidas de seguridad. Es imposible que Bolaño llegara a conocerlos".

Cuando llegamos al campo de batalla de Gettysburg había una gran bandada de buitres negros sobrevolando el valle que daba a Cemetery Ridge. Según se decía, los cadáveres de los caballos muertos en la batallaque fue la más importante de la guerra de Secesión habían atraído a cientos de buitres, y desde entonces aquella zona formaba parte de sus rutas migratorias cuando volaban en otoño hacia el sur. El poeta cubano estuvo mirándolos un rato, asombrado. "Son enormes. En Cuba tenemos tiñosas, pero son la mitad de grandes. Estos pajarracos dan miedo". Luego paseamos por la cerca de piedra que la infantería confederada, en el último día de la batalla, intentó conquistar lanzando una carga suicida campo a través. Los confederados lograron llegar a la cerca y estuvieron a punto de tomar la colina, pero dos compañías de soldados yanquis ofrecieron una resistencia encarnizada y lograron rechazarlos. Nos hicimos una foto junto al monolito donde cayó el general confederado Armistead, que clavó su sombrero en la punta del sable para guiar a sus hombres hacia la victoria. Nunca hubo victoria. El asalto acabó en una carnicería y los confederados tuvieron que retirarse, dejando más de mil muertos y cuatro mil heridos. En 1863, cinco mil bajas eran una cifra inimaginable, pero aquel día se produjeron en unas pocas horas de combate. No sé si Roberto Bolaño, que conocía muy bien la historia militar, había oído hablar del general Armistead; pero estoy seguro de que lo habría colocado muy cerca de su admirado general Cherniakosvki, aquel general soviético, el más joven del Ejército Rojo, que aparece en "Estrella distante".

Al regresar del campo de batalla fue cuando el poeta cubano me hizo la confesión: "Lo que nos hace falta en Cuba es una transición como la española". Aquello ocurrió hace cinco años, cuando Fidel Castro aún estaba vivo, pero ahora, al recordarlo, me hace gracia pensar que un cubano leal al régimen castrista defendiera nuestra Transición. Según me contó, los exiliados anticastristas y los herederos del régimen de Castro tenían que llegar a un acuerdo que respetara a las dos partes, "sin vencedores ni vencidos". Lo curioso en España es que quienes admiran la Revolución cubana son los mismos que rechazan nuestra Transición por considerarla una traición y un pacto vergonzoso. Los mismos, en fin, que siguen parloteando y parloteando sin tener ni idea de nada.

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