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Jose Jaume

Rajoy marca a PSOE y Ciudadanos sus límites

Rajoy solemnizó en la campaña electoral, como solo él es capaz de hacer, que si formaba nuevo gobierno éste no subiría los impuestos. La prosa engolada del presidente se escuchó contudente, firme, sin atisbo de duda. Un mes después de obtener la investidura en el Congreso de los Diputados, Mariano Rajoy se apresta a subir el impuesto de sociedades y los que gravan las bebidas azucaradas, el alcohol y tabaco. A cambio, tras ofrecer al PSOE una pantomima de negociación para que apruebe el techo de gasto y facilite, con el PNV, la aprobación de los Presupuestos Generales del Estado, se dará algo más de liquidez a las comunidades autónomas, siempre al borde de la asfixia financiera. Todo muy previsible. El ajuste de cinco mil millones de euros ordenado por Bruselas tiene que salir de algún sitio; por el descrito hemos empezado. Vendrán más.

Al tiempo, el Gobierno del PP deja en ridículo a su socio de legislatura: Ciudadanos es corneado con saña sin que ose revolverse contra el severo castigo al que se le somete. De lo de la amnistía fiscal ya hablaremos otros día, no es cuestión de que arruinemos el pacto que nos conduce a la irrelevancia al primer incumplimiento, discurren Rivera y los suyos, argumentando que lo hacen por España, todo por España, que es lo mismo que decir por nada, salvo por ellos mismos. Rajoy ignorará a Ciudadanos una y otra vez. Sabe que sus servidumbres son tales que no están capacitados para romper. Nacieron para lo que estamos viendo. Esa es su naturaleza. El presidente del Gobierno lo conoce sobradamente y actúa en consecuencia. El lánguido transitar de Ciudadanos le conducirá, de no darse una más que improbable rectificación, a un final similar al que padeció en la década de los ochenta del pasado siglo el CDS fundado por Adolfo Suárez. Cuando un conocido banquero afirmó que había que fletar un Podemos de derechas sabía lo que estaba diciendo.

Rajoy cuenta, además, con el PSOE. El diario del régimen anunciaba ayer en su primera página que PP y PSOE se disponen a negociar las bases de los nuevos Presupuestos. Techo de gasto y Presupuestos. El Gobierno tiene garantizado un plácido 2017. Las proposiciones no de ley o mociones que pueda perder en el Congreso son meras banalidades sin importancia. Rajoy lo ha aclarado: solo cumplirá las que legalmente tenga que cumplir, una de sus habituales obviedades, que significa que hará caso omiso de casi todo. Si se ve apretado recurrirá al consabido veto y que resuelva el Tribunal Constitucional, donde, conviene no olvidarlo, el PP dispone de una cómoda mayoría. El Constitucional no es un tribunal de garantías, sino una suerte de tercera cámara al servicio del Gobierno. Ese es el resultado de haber dado la investidura a Mariano Rajoy. PSOE y Ciudadanos lo sabían, al igual que conocían que sus proclamas de que desde el Parlamento se puede modular la acción del Gobierno no pasaba de ser un colegial ejercicio de voluntarismo.

Ocurre que el sistema parlamentario español no es el norteamericano, en el que las cámaras están en condiciones de frenar eficazmente a la presidencia. O el Italiano, que Renzi trata de reformar. Veremos lo que sucede en el referéndum del domingo. El parlamentarismo español se parece mucho al francés. Es el ejecutivo el que se impone sobre el legislativo. Solo hay dos medios para doblegar al Gobierno: negarle la aprobación de los Presupuestos Generales, y éste siempre puede seguir tirando prorrogando los del año anterior, o, el más eficaz, el definitivo: presentar una moción de censura, que ha de ser constructiva; es decir, con candidato alternativo. Está claro que en el Congreso no hay una mayoría para activarla. El PSOE se ha encargado de que así sea después de que empecinadamente se negó a que gobernase el PSOE.

Rajoy Brey está pues en condiciones de ignorar a Ciudadanos, chulear al PSOE y pactar con el astuto e inteligente PNV para asegurarse la aprobación de los Presupuestos y aguardar acontecimientos. El viaje que la presidenta de la Junta de Andalucía ha hecho al Parlamento de Estrasburgo para darse a conocer a los socialistas europeos, es la mayor de las seguridades que el presidente del Gobierno podía obtener de que el partido socialista seguirá catatónico en los meses venideros. La peronista del sur, que, dicho sea de paso, no le llega a Eva Perón ni al tobillo, requiere tiempo para hacerse con el control del PSOE, no permitirá que se lo escatimen. Un vocal de la gestora que nominalmente dirige el partido comentaba en el aeropuerto de Barajas que la situación de los socialistas es catastrófica. Cómo le van a negar al Gobierno de Rajoy la aprobación de los Presupuestos Generales o, como mínimo, facilitarsela al máximo. A cambio, la comida con la que el Dómine Cabra obsequiaba a sus pupilos: la que no tenía principio ni fin por su inexistencia.

Así estamos al iniciarse la legislatura, la que se prometía novedosa, la que marcaba el fin del bipartidismo y la primacía del legislativo sobre el ejecutivo. Mariano Rajoy, el Gobierno, trazan nítidamente los límites hasta los que se permitirá llegar a los grupos parlamentarios; establecen cuál es su territorio, y lo hacen con una suficiencia avasalladora, sin contemplaciones, cediendo incluso menos de lo imprescindible. Delante solo existe la palabrería hueca de Ciudadanos, desdibujado, carente de interés, y el infinito lamento del PSOE, todavía en la lejanísima ensoñación de que una vez obtuvo en las elecciones 202 diputados. Mariano Rajoy puede mirar interesado y complacido hacia los escaños de Podemos, unos rebeldes con causa, pero sin masa crítica suficiente para alterar el rumbo de las cosas, al menos por ahora; observar, de reojo, a los catalanes, que es por donde de verdad pueden vernirle los problemas, los derivados de no haber solucionado cuando se podía algo que se está envenenando bastante más profundamente de lo inicialmente previsto.

Es en Cataluña desde donde puede irse al garete tanto la legislatura como el entero entramado institucional en el que se sustenta el régimen constitucional del 78. Ahí es donde radica la gran falla sistémica, la que Rajoy ha encargado cerrar a la vicepresidenta para casi todo Sáenz de Santamaría. Preparémosnos para cualquier cosa. Todo puede empeorar. No hay motivos para que cunda el pánico.

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