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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

Incertidumbre en Cuba

Puede que algunos no acaben de explicarse la atención que prestan los medios de comunicación españoles a la muerte de Fidel Castro y a las incógnitas que suscita el futuro de la isla caribeña. Pero está plenamente justificada. Y sólo en mínima parte por el futuro de las inversiones españolas (principalmente mallorquinas) realizadas en los últimos veinte años. La historia muestra la trascendencia que para nuestro país han representado las vicisitudes de la isla. Hasta hace poco más de cien años Cuba era España. Buena parte de la emigración española a América se dirigió allí. Entre otros, muchos mallorquines. Fue un mallorquín, Valeriano Weyler, quien durante más tiempo dirigió las fuerzas gubernamentales contra la insurrección independentista; y son muchos los mallorquines con antepasados que lucharon en "la guerra de Cuba". La intervención de EE.UU (propugnada por William Randolph Hearst) tras la explosión del acorazado Maine en la que fue guerra del poderoso país americano contra España, desencadenó la rendición española en 1898. España perdió Cuba, Puerto Rico y Filipinas, el resto de su imperio de ultramar. La crisis del 98 dio paso a una época de reflexión pesimista (representada por los escritores de la llamada generación del 98: Ganivet, Unamuno, Maeztu, Azorín, Baroja,?) sobre el propio ser de España que marcó buena parte del siglo XX español. Sin el proceso de independencia de Cuba y la intervención de EE.UU. no se puede entender el antiamericanismo de buena parte de la sociedad española, de la derecha y de la izquierda. En el caso de esta última, el sentimiento antiyanqui se sigue manteniendo en la actualidad. No solamente en el caso de la izquierda comunista, baste recordar los desplantes de Zapatero que tanto ha costado superar a la diplomacia española. Éste ha sido un elemento central de la izquierda, reforzado por los acuerdos hispano-norteamericanos que establecieron las bases militares estadounidenses y sacaron del ostracismo internacional a la España de Franco, autoinvestido éste como vigía de Occidente ante la amenaza comunista. Podríamos decir que todo empezó en Cuba.

La revolución de 1959, después de derrotar al régimen de Fulgencio Batista, se decantó, tras las amenazas y el bloqueo americano, hacia el comunismo y la alianza con la Unión Soviética. Se convirtió, tras la decepción de la izquierda intelectual europea con el estalinismo, en su referencia inexcusable para mantener la fe en un desarrollo alternativo al prescrito por Lenin y Stalin, en una especie de Lourdes revolucionaria, que, con las primeras purgas a otros revolucionarios disidentes, acabó configurándose como una dictadura de Fidel Castro y el partido comunista. Durante mucho tiempo gozó, merced a la imagen de David frente al coloso vecino Goliat, del apoyo y la solidaridad de los países no alineados. Mis primeros recuerdos de política internacional, allá en mi entrada en la adolescencia, en el inmovilismo reptiliano de la dictadura, son del parte de las 14,30 horas de RNE, que obligatoriamente debían emitir todas las emisoras; con dos grandes temas: la crisis de los misiles de 1962, en pleno terror atómico y la guerra de Argelia. No había dormitorio de universitario que se preciara que no adornara sus paredes con las imágenes icónicas del Guernika y del Che Guevara, inmortalizado en la foto de Alberto Korda. Donde tantos cantaban "Cuba sí, yanquis no./ Si Fidel es comunista,/que me apunten en la lista". La Cuba de Batista disfrutaba de una renta per cápita por encima de la de España. Con la revolución se sostuvo económicamente por el apoyo soviético, necesitado de la cuña cubana frente a las costas de Miami, dada la ineficiencia de la planificación estatal. El caso del poeta Heberto Padilla, que primero se entusiasmó con la revolución y después adoptó una posición crítica que le llevó a la cárcel y al exilio, inició el desencanto del mundo de la cultura con aquélla. La fascinación de la izquierda intelectual europea también fue diluyéndose al compás de las denuncias de otros exiliados como Cabrera Infante o Reinaldo Arenas, víctima de la discriminación contra los homosexuales. También la de la latinoamericana, cuyo ejemplo es Vargas Llosa; con la excepción sonada de García Márquez. Con la implosión del la Unión Soviética, Castro no pudo ya contar sino con la ayuda de la Venezuela de Chaves y Maduro. Se glosan aún, por parte de la izquierda comunista y Podemos, los logros en educación y sanidad del régimen cubano (Iglesias: "Castro, un referente para toda la izquierda"). Son indiscutibles. Pero en los estándares de nivel de vida del continente americano, sólo Haití supera a Cuba en pobreza.

Nadie sabe lo que va a pasar en Cuba tras la muerte de Castro, retirado desde hace casi una década del poder. Hay paralelismos con España. 3 Los dos llegaron al poder por la fuerza de las armas. Lideraron dictaduras interminables, aunque de sentido contrario, más duradera la de Castro. Ambos fueron longevos; más Castro; y éste ha muerto en la cama, como Franco. Nunca se interrumpieron las relaciones políticas y económicas, incluso en pleno embargo de EE.UU. La cuestión estriba en la posibilidad de una rápida transición a un sistema democrático en la Cuba presidida por Raúl Castro al modo de la transición española. Hay elementos diferenciadores que dificultan a mi parecer un cambio semejante. España se había desarrollado económicamente en los años sesenta; y aunque estaba el país cómodamente instalado en el franquismo, a excepción de minorías (a mediados de los cincuenta en Madrid empezaron los movimientos estudiantiles que se generalizaron en los sesenta al resto del país; en determinados enclaves industriales empezaron las reivindicaciones de los trabajadores; PCE y PSUC fueron las únicas organizaciones presentes como oposición clandestina, aunque de forma muy minoritaria), las instituciones franquistas eran un tigre de cartón piedra y las libertades europeas eran el único camino posible. La clase media viró hacia un cambio posibilista. En Cuba la economía en manos privadas es muy reducida y la suerte de la población depende del Estado. El ejército está identificado con el régimen del que depende una extensa nomenclatura política, así como una población en niveles de subsistencia. No es nada fácil que los beneficiarios, aunque modestos, de una economía estatalizada, renuncien a la seguridad austera a la que están acostumbrados. Y enfrente, a pocas millas de la Habana, en Miami, dos millones de exiliados exigiendo con ánimo revanchista a Trump, el endurecimiento de las medidas contra el régimen. El factor que puede ralentizar el cambio es el ejemplo de los efectos sobrecogedores de la implosión de la Unión Soviética sobre una población que vivía modestamente, pero sin las angustias de la competitividad capitalista, que tan bien ha narrado la premio Nobel Svetlana Aleksiévich en su libro El fin del "Homo sovieticus": es el sentirse desamparados. No parece que sea posible que sea un camino fácil y ausente de conflictos. Sólo el tiempo nos desvelará las incertidumbres que pesan sobre una isla que siempre hemos tenido en el corazón como ninguna otra.

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