La plena financiarización de la economía, que es inminente y que supondrá la desaparición del dinero en metálico (de momento, el límite para pagar en metálico se rebajará a mil euros), sobrecoge, da miedo. En primer lugar, relativiza el valor de nuestro dinero porque, una vez constatado que es posible que la remuneración del capital sea negativa, ya no nos quedará la solución conservadora (y tranquilizadora para muchos) de guardar nuestros caudales bajo el colchón.
Además, todos nuestros gastos, incluso los más ínfimos, quedarán bajo el escrutinio de las instituciones de crédito, de la Hacienda del Estado. El big brother orwelliano se convertirá en una pesada realidad? seguramente inocua en los contextos democráticos pero sobrecogedora en los regímenes autoritarios. Por último, se generará la inevitable exclusión de las minorías no bancarizadas, que no son en absoluto desdeñables: habrá un problema insoluble con el estrato social que permanece extramuros del sistema, con las personas que nunca han abierto una cuenta en un banco?
No sería extraño que una medida drástica de supresión del metálico potenciara el trueque o incluso el surgimiento de algunas monedas privadas que suplieran la carencia? En todo caso, conviene saber que este paso tiene un significado que va mucho más allá de lo meramente económico: incide en las libertades elementales, en la concepción del Estado liberal, en la autonomía de los ciudadanos, en el derecho a una cierta privacidad.
