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José Carlos Llop

Crónica al modo umbraliano

Tras la muerte de Leonard Cohen, murió casi en secreto Iván Tubau en Barcelona y hace dos días le dieron el Premio Nacional de las Letras a Juan Eduardo Zúñiga. También murió el mismo día que Cohen Francisco Nieva, dramaturgo, escenógrafo y autor de unas memorias muy floridas, y eso es una cabronada porque todos miramos hacia Leonard Cohen y apenas nadie lo hizo hacia Nieva, académico heterodoxo y hombre que en el teatro de Madrid lo fue todo en los 70/80. Y aunque se hiciera, lo de mirar hacia Nieva, aquellos días quedó más sepultado que camuflado entre la noble nube coheniana. Eso me hizo recordar una anécdota ad hominem. Hace quince años fui a Madrid a lo que editorialmente se llama promoción. El libro 'a promocionar' era Háblame del tercer hombre, mi tercera novela, y me alojaron en el Hotel Villa Real, frente al Congreso, el mismo hotel, sí, donde esta semana murió la exalcaldesa de Valencia (esto es una crónica, ya dije) y la pasada semana los de Artur Mas montaron un numerito más, al margen de La Constitución. El día del Villa Real ese día de hace quince años estuve toda una mañana y parte de la tarde de entrevista en entrevista, hasta que, zasca, va y se muere Jesús Aguirre, o sea el duque de Alba, esa misma tarde y repentinamente. Ninguna de las entrevistas apareció al día siguiente lo que provocó que algunas ya no se publicaran nunca porque las páginas de Cultura de todos los periódicos iban hasta los topes del exjesuíta residente en el palacio de Liria, marido de doña Cayetana y traductor e introductor en España de Adorno y de Benjamin. Allí no cabía nadie más que Alba y Aguirre, Aguirre y Alba.

Con Iván Tubau no ha pasado lo mismo, pero poco caso sí se le ha hecho. Fue un hombre muy suyo y, supongo, sólo lo supongo, difícil de trato, del mismo modo que fácil en el sentido seductor de la palabra fácil: le gustaban las chicas y ahí detrás estaban Durrell y Miller, pero también Bukovski y más al fondo Catulo. Tubau era un poeta menor y digno tanto en catalán como en castellano y una persona con una idea de la libertad más parecida a lo libertario que a lo burgués. Y mucho más ligada a Eros que siempre celebró que a Thanatos que siempre despreció. Eso le trajo algún disgusto, pero también muchos placeres que quedaron reflejados en sus versos (especialmente los catalanes de Semen). Iván Tubau fue un personaje de la Barcelona de los 70 y se mantuvo fiel a su origen, digamos, cultural o contracultural, y ahí acabó cofundando Ciudadanos y siendo sancionado en la universidad, no se sabe si por un asunto de faldas, o por una venganza política, o por la mezcla de ambas cosas. Tubau era Tubau y con chaleco de seda india sobre la camiseta se fumaba un puro con todo eso. Dirigió el Play-Boy en la etapa inaugural de la Transición y escribió sobre el humor gráfico De Tono a Perich, sobre periodismo (él lo fue, periodista, digo) Matar a Víctor Hugo y contra el nacionalismo Nada por la patria. Su padre, republicano, había muerto en un campo de concentración tras atravesar la frontera francesa, escapando de las tropas de Franco. Iván Tubau era alto, inteligente, catalán, delgado, bon vivant y atrevido (en el sentido catalán, también, de la palabra). Un goliardo del siglo XX. Un personaje. Tenía 79 años pero no parecía que hubiera cruzado los 60.

No diría lo mismo de Zúñiga, quien efectivamente tiene aspecto de personaje (entre noventayochista y eslavo de las Rusias, como su pulsión literaria) pero no es, exactamente, un personaje, sino un impecable creador de voces que retratan otro personaje magnífico: Madrid durante la guerra civil y la postguerra. Y si digo magnífico es porque Juan Eduardo Zúñiga lo ha hecho así: ha sido su alquimista y de la derrota ha sacado oro de gran pureza. En la literatura de Zúñiga, la conversación entre dos amigas tiene el mismo significado que el paseo por las calles de la ciudad sitiada, el frío y el miedo y también la continuidad de la vida cotidiana mientras suenan los tiros 'por Tetuán': la topografía del alma humana a través de la topografía del alma de una ciudad. Pero he dicho 'no exactamente' y no lo he dicho bien: Zúñiga es el personaje de la dignidad y lo ha sido siempre. Su literatura es su testimonio, la labor del hombre oculto cuya mirada sitúa a los demasiado visibles en su verdadero lugar. Ahora, a los 97 años, le han dado el Premio Nacional de Las Letras, que es un premio de nombre muy bonito pienso que el más bonito y queda a unos pasos del Cervantes, ya sin Cervantes. El premio es una alegría y como tal hay que celebrarla, pero Zúñiga hace años que ya 'era' ese premio y cualquier otro sin necesidad de que se los dieran (aunque tenía el de La Crítica y el Nacional de Traducción). El personaje de la dignidad, ya lo he dicho. Y de nuestra memoria oculta durante años, como oculta estaba la carta robada: delante de nuestros ojos. A él lo conocí en Embassy donde me lo presentó su mujer, la editora Felicidad Orquín, que confió en mí hace muchos años y siempre se lo he agradecido aunque nada pudiéramos hacer juntos porque por días se le había adelantado Mario Muchnik. Fue un encuentro fugaz, pero tuve la sensación de que ese encuentro había sido con la Historia a través de una de las mejores prosas españolas la más nítida de entre los vivos del siglo XX. A su alrededor, estaban sentados los fantasmas de Turgueniev y Chéjov, mientras Pushkin y Larra charlaban sobre duelos y suicidios. Al salir a la calle, azuzaba la ventisca y el Paseo de La Castellana era una avenida de Moscú.

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