El inesperado y sorprendente anuncio, por parte de José Ramón Bauzá, de volver a presentar su candidatura a la presidencia regional del PP, ha descolocado a propios y extraños. No solo eso, ha generado toda una corriente de indignación en el seno de los conservadores porque el expresident rompe el pacto alcanzado con los suyos de retirarse de la primera línea de la política balear a cambio de disponer de un escaño de senador en representación del Parlament.

La posición adoptada por el anterior president del Govern complica, todavía más, el dificultoso camino hacia la recuperación de la estabilidad de un partido que en las últimas elecciones sufrió su más severo castigo, precisamente como respuesta del electorado a la gestión desplegada por Bauzá en la anterior legislatura. Con él, el PP fue desbancado del Govern, de las instituciones insulares y de los principales ayuntamientos de Balears. Bauzá fue el president capaz de sacar a la calle a cien mil manifestantes como rechazo a sus políticas educativas y el dirigente que mayor brecha de desconfianza dejó entre la ciudadanía y los órganos de gobierno.

Estos motivos son de sobra suficientes para entender el asombro que ha causado su pretensión de batallar para ser de nuevo candidato de su partido. De su comportamiento parece desprenderse que en él pesa mucho más la ambición personal de poder que la predisposición al cargo político o institucional entendido como servicio público abnegado y sin mayores pretensiones. El Bauzá que ahora quiere volver a presidir el Govern no ha tenido reparo ni discreción alguna en autoproclamarse aspirante a un ministerio en el Gobierno de Rajoy y hasta a un cargo de segundo rango en Madrid. Fracasado en lo uno y lo otro, ahora parece querer resarcirse otra vez en primera línea de la política autonómica. Cierto que Matas y Antich han repetido como presidentes del Govern, pero con posiciones de salida mucho más coherentes y también con resultados muy diferentes entre uno y otro.

Bauzá complica las cosas a su partido. El hecho de que tuviera que anunciar su candidatura ante la puerta cerrada de la sede regional del PP es suficientemente ilustrativo de cómo están las cosas entre los conservadores. El senador autonómico dice disponer de respaldos suficientes entre los militantes, pero no logra concretarlos. También proclama apoyos entre dirigentes nacionales del partido, sin embargo ninguno de ellos, ni siquiera los que han visitado Palma con motivo de la toma de posesión de Maria Salom como Delegada del Gobierno, le ha manifestado afinidad.

Pero, más allá de las posiciones y las aspiraciones personales, aquí lo que está en juego es la cohesión y la estabilidad del PP, el partido que tiene tras de sí a la principal masa de electores de Balears y ante la cual está obligado a responder con solvencia. Obviamente, sus competidores electorales, sobre los que recae la actual responsabilidad de poder, están encantados con el guirigay que se atisba en el PP, pero las crisis internas e irracionales en los principales partidos, sea el PSIB, Podemos o el PP, perjudican indirectamente a todos porque cuestionan la seriedad de la tarea política y acaban repercutiendo en las instituciones.

El PP de las islas permanece en la interinidad desde que precisamente Bauzá se vio obligado a dimitir por efecto de los malos resultados electorales. La formación tiene convocado ya su congreso nacional, tras el cual debe venir el regional de Balears. Son conocidas las aspiraciones de Gabriel Company para encabezar una lista de tono regionalista que ahora, como primer efecto del anuncio de Bauzá, podría obtener la confluencia del otro aspirante oficialista menos aventajado, Jaime Martínez.

Sea lo que sea, el partido debería ser capaz de tomar sus propias decisiones imprescindibles para transportarle a una situación de normalidad y hacerlo con la coherencia necesaria para dejar claro, aunque sólo sea formalmente, que los valores colectivos deben estar por encima de las personas