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Los límites de la enemistad política

La democracia se basa en un serie de criterios éticos, uno de los cuales es la existencia de límites a la enemistad política entre quienes aceptan las reglas del juego. Como en el deporte, el adversario debe ser vencido en buena lid, pero ni se le pretende eliminar ni siquiera excluir de la competición. Sólo los totalitarismos buscan el exterminio del antagonista, la destrucción irremisible del enemigo.

Viene esto a cuento de la reacción que ha generado la muerte súbita de Rita Barberá de un infarto. Podemos no ha querido respetar ni siquiera el minuto oficial de silencio que el Congreso de lo Diputados ha guardado para manifestar un momento efímero de luto, para expresar un simple rictus de dolor por el óbito. Iglesias está tan inmaculado, al parecer, que no ha querido rendir ni siquiera este ínfimo homenaje político a quien, después de todo, sirvió a la comunidad durante décadas. En el momento supremo de la muerte empieza la historia, pero hay un instante en que lo que cuenta es el sentimiento puramente humano, la piedad, el perdón.

A la vista de esta fiereza de una fuerza política, no es de extrañar que en las redes sociales se hayan vertido innumerables barbaridades para hollar la memoria de la ciudadana Barberá. De aquellos polvos, estos lodos. Resulta inquietante de todos modos que haya vasos comunicantes entre la reacción inclemente de un partido y la canallada diarreica de Twitter, por donde ha discurrido un galerna de atrocidad de proporciones incalificables. Mal se puede construir la épica de un país sobre unos cimientos tan degradados y repulsivos.

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