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Camilo José Cela Conde

Pagando por irse

No sé en qué habrá quedado el programa que pusieron en marcha algunos países europeos hace un par de años para incentivar a los inmigrantes a que vuelvan a sus países de origen a cambio de darles 360 euros. Lo que sí sé es que quien hizo el cálculo de la subvención se quedó corto; los que quieren llegar a Europa y lo consiguen se han dejado por el camino buena parte de su hacienda, si no toda, y tienen suerte: son infinidad quienes no lo logran, dejándose la vida en el trayecto bastantes de ellos. Pero acabo de leer la noticia de que Noruega anunció hace unos meses una puesta al día en materia de pagos: ofreció dar hasta 2.400 euros a quienes se fuesen, con el incentivo extra de 1.200 euros más para los primeros 500.

Se nos ha caído algún tornillo a los europeos si creemos que a quien se juega hasta la vida para huir de la miseria, la hambruna y la guerra le va a convencer una oferta que sigue el modelo acreditado de las campañas comerciales. Lo más que haría yo de verme en la situación de tantos inmigrantes que han sufrido y siguen sufriendo penalidades, humillaciones y explotación continúa sería coger la propina, cruzar la frontera y hacer lo posible por volver a Europa cuanto antes. Pero, claro es, yo no tengo posibilidad alguna de ponerme dentro de la mente de quien arriesga tantísimo en el viaje.

Tampoco parece que la tuviese la ministra de Inmigración e Integración de Noruega, Sylvi Listhaug, que es a quien se le ha ocurrido la idea de actuar en contra de la segunda parte del nombre de su ministerio. Pero como prueba fehaciente de lo mucho que le interesa entender a los inmigrantes, la señora Listhaug montó un número de circo en la isla Lesbos echándose al mar para ver qué se siente quien naufraga en el Egeo. Según sus propias palabras, la ministra pasó por una experiencia terrible. Quizá fuese bueno añadir que se tiró al agua embutida en un traje térmico de última generación, con chaleco salvavidas y vigilada por los miembros de su escolta de seguridad. Igualito que los que se ahogan camino de Europa, vamos.

En espera de que la ministra Listhaug escriba un libro para contar su aventura traumática como inmigrante de la señorita Pepis sería bueno que entendiésemos que es imposible saber desde el paraíso europeo lo que sienten quienes, movidos por la desesperación, se suben a una patera atestada sin medios de navegación, agua o víveres, son abandonados a su suerte y, en el mejor de los casos, terminan en un campo de refugiados. Pero haciendo un esfuerzo a lo mejor somos capaces de concluir que poner un precio al viaje de vuelta sólo añade un nuevo insulto.

El bárbaro de Donald Trump es, al menos, mucho más consecuente con la falta absoluta de sentimientos. Para impedirles que emprendan la aventura, está dispuesto hasta a cobrar a los miserables.

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