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Antonio Papell

Las críticas del jarrón tonante

Felipe González fue el inventor del tópico: los presidentes son como jarrones chinos que incomodan en todas partes y uno no sabe donde ubicar en la casa. Si embargo, él no parece resignarse a este papel decorativo y subsidiario y, aunque desde la lejanía, está interviniendo activamente en la política interna de su partido, del que dice contra toda evidencia estar apartado. De hecho, sus declaraciones desde Chile contra Sánchez, en que le acusó sin razón de mentiroso por haberle asegurado supuestamente que permitiría gobernar al PP, fueron el 'Grândola, Vila Morena' de los sediciosos que dieron el golpe de mano en el comité federal de Ferraz el pasado 1 de octubre.

Ahora, González ha concedido unas largas declaraciones a Mathieu de Taillac, corresponsal de Le Figaro en España, para Politique International, en que dispara a todo lo que se mueve. Sin venir demasiado a cuento, arroja primero a Rodríguez Zapatero a los pies de los caballos: "Zapatero afrontó la crisis con la convicción de que sería corta y de que podría remontarse con algunas medidas bien elegidas; no se dio cuenta o no comprendió la amplitud de la crisis que nos golpeaba? Perdió tiempo y no supo resistirse al dominio intelectual de los partidarios de la austeridad". Él mismo, en cambio, estuvo en todo momento en posesión de la verdad: dice que pensó "siempre que harían falta años para salir [de la crisis], seis, siete, ocho, nueve, quizá diez años. Yo era consciente -añade- de las debilidades de la economía española, más estructurales -las mismas que en el resto de Europa pero más agudas que coyunturales".

Pero si esta desautorización de su sucesor es en este momento inocua, no lo ha sido tanto la nueva y lacónica agresión contra Pedro Sánchez, quien, mientras no se demuestre otra cosa, sigue siendo uno de los actores principal en la crisis actual del PSOE. De él dice que "su discurso sobre España no le da ni para media hora". Habría que preguntar al jarrón tonante si su patrocinada, Susana Díaz, instigadora entre visillos de la cuartelada, posee en cambio un discurso sobre España mucho más elaborado y por lo tanto de más dilatada dimensión expositiva. Porque, de momento, sólo sabemos de ella que ha sido un 'apparatchik', sin ideario conocido.

Este jueves, en Sevilla, ya junto a Susana Díaz, González volvió a arremeter contra su enemigo: "Pedro Sánchez, sin cultura de partido, ha intentado hacer lo mejor que sabía, pero simplemente no sabía". Y tras las risas del auditorio complaciente, añadió: "Si Sánchez dijo que yo participé en una conspiración, desvariaba". Desvariamos todos, entonces.

Es sin duda legítimo, aunque extraño, que González se involucre de nuevo en la vida del PSOE porque tiene legitimidad y autoridad moral para hacerlo, siempre que sea a las claras y a derechas, interviniendo explícitamente en el discurso y participando a cara descubierta en el consiguiente debate. Lo que no es lícito es arrojar la piedra y esconder la mano, descalificar a un candidato sin ni siquiera dejar constancia explícita de que se está apoyando a otro. Esto, como ha dicho Ramón Cotarelo, es algo muy parecido al juego sucio.

González dejó la política hace mucho tiempo, y en el entretanto se ha dedicado a actividades sin duda legales pero que con toda probabilidad han cargado de intereses de terceros sus opiniones públicas (digámoslo así, piadosamente, por respeto). Cuando uno entabla vínculos con el magma de los poderes económicos, se arriesga a que su condición de estadista pierda fuelle y se convierta en un simple enredador. Lo que con toda probabilidad incrementará el caudal de votos de Pedro Sánchez y dejará en la miseria a los solapados patrocinados del susodicho.

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