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Jose Jaume

La indigna retribución a Jorge Fernández Díaz

La dignidad no es atributo que adorne a Jorge Fernández Díaz. El exministro del Interior, reprobado por el Congreso de los Diputados por espiar a políticos nacionalistas catalanes, se ha visto a los pies de los caballos por el empecinamiento del PP en darle uno de los llamados cargos de consolación: la presidencia de una comisión parlamentaria. Estaba prevista la muy vistosa de Asuntos Exteriores, la que durante varias legislaturas recayó en Duran Lleida, que, como buen democristiano, le sacó un enorme rendimiento: pasaporte diplomático y vueltas al mundo una tras otra con todos los gastos a cuenta del contribuyente. El nacionalista catalán, pero, eso sí, más español que nadie, se apalancó en dicha comisión con la anuencia de populares y socialistas. El y ellos estaban encantandos de que la presidiera. A Fernández Díaz, su amigo Rajoy, tras verse obligado a echarlo del Gobierno, le había buscado un papel de relumbrón parlamentario acompañado de una retribución extra. El exministro lo aceptó con gusto: presidir la comisión de Exteriores posibilita coche oficial, asistente y el mencionado pasaporte diplomático. Se le agradecían los servicios prestados, incluidas las grabaciones en las que informaba que pondría en conomiento del presidente del Gobierno las trapecerías que urdía en connivencia con el jefe de la Oficina Antifraude catalana.

PSOE y Ciudadanos aceptaban la trágala del PP. El socialista Antonio Hernando, que va de ridículo en ridículo, de vergüenza en vergüenza, y Albert Rivera, capaz de solemnizar la vacuidad que casi siempre le acompaña, no ponían obstáculos. A estas alturas tragarse un sapo más no altera su función fisiológica. El PP, al nominar a Fernández Díaz, deja claro que sigue despreciando los usos democráticos, los de mínima decencia. Rafael Hernando, el arisco portavoz popular, se ha permitido la desfachatez de afirmar que el exministro es una "bellísima" persona. La abstención de PSOE y Ciudadanos cerraba el círculo: no presentaban candidato alternativo, por lo que, con su abstención, Fernández Díaz obtenía el cargo. Hernando, el del PSOE, y Rivera, lo dejaron nítidamente establecido en declaraciones a los medios. El bochorno para ambos ha sido notable.

La cosa empezó a descuadrarse cuando el portavoz de Podemos, Iñigo Errejón (cuántas veces habrá que recordar la oportunidad que pierde Podemos al no tener de líder a ese hombre y dejar que sea Pablo Iglesias quien dirija el partido encaminándolo a ninguna parte), anunció que presentaban un candidato alternativo ante la negativa del PSOE a hacer lo propio contando con el apoyo de Podemos. Los socialistas cayeron entonces en la cuenta de que iban directos al deso-lladero. Parece que a su rebufo Ciudadanos también coligió que su enfeudamiento al PP ha de tener un cierto límite, con lo que uno y otro desandaron el intransitable sendero por el que se habían adentrado. El PP montó en cólera: sigue pensando que dispone de la mayoría absoluta, pero al comprender que en la comisión de Asuntos Exteriores no iba a poder ser optó por dirigirse al PNV, a ver si en la de Cuentas se encontraba el deseado acomodo para el exministro. Tampoco. Al final, lo colocan en la de Peticiones. Dado que en ella no se vota a su presidente y la presidencia corresponde al PP, pues Fernández Díaz obtendrá en ella el sobresueldo y el asistente estipulados. Jorge Fernández Díaz carece de dignidad al aceptar todo ese lamentable compongo. Habiendo sido reprobado por el Congreso debería irse a casa. Es el final que aguarda a cualquier político europeo (de la Europa occidental; en la excomunista las tragaderas incluso son más amplias que las españolas) o estadounidense pillado en los menesteres en los que se entretenía el exministro del Interior. Dicho queda que la dignidad ni se le supone ni la tiene.

Lo acaecido deja, además, en desairada posición a un desnortado PSOE, incapaz ya de entenderse a sí mismo, enfrascado en un ajuste de cuentas interno de muy mal pronóstico, en manos de una gestora que a diario exhibe sus notabilísimas carencias, y sin ser capaz de comprender que si el PSC no cabe en el PSOE no habrá forma de que Cataluña quepa en España. El drama del partido socialista, puesto en irrisoria evidencia con el asunto, si se quiere menor, pero muy sintomático, de Fernández Díaz, acabará por convertirse en una cuestión de Estado. No en balde el PSOE ha sido un elemento esencial del edificio constitucional nacido el seis de diciembre de 1978. En el caso de Ciudadanos, nada que añadir al fenomenal despiste de su por ahora, solo por ahora, incontestado líder máximo. Albert Rivera se ha llenado tanto la boca de promesas incumplidas y de seguridades que rápidamente han dejado de serlo, que ahora, cuando anticipa una posición de fuerza, causa hilaridad. Rivera empieza a no ser tomado en serio. El vestíbulo de la marginalidad.

En cuanto al PP, se constata nuevamente que las proclamas del presidente Rajoy y de sus subordinados de que el diálogo y la regeneración política serán la norma hay que ponerlas a beneficio de inventario: es esencialmente imposible que con Rajoy, Cospedal, Hernando, Santamaría y demás connotados políticos de la derecha conservadora, se pueda atender a una regeneración real de la política española. Nada cabe esperar de ellos. Lo del diálogo ya se verá, aunque la advertencia del presidente al PSOE de que o hay presupuestos o en mayo disuelve y convoca elecciones explica nítidamente que el diálogo ofrecido está perfectamente perimetrado: se hace lo que yo digo que tiene que hacerse o vamos a elecciones y en ellas mordereis todavía más el polvo de la derrota. Rajoy ha vuelto a decírselo a la gestora socialista cuando ésta le solicitó, a través de Javier Fernández, que arrumbara a Fernández Díaz: ha humillado otra vez al PSOE, al situarlo en la de Peticiones después de que los socialistas aseguraran que no presidiría ninguna. Ese es el genuino diálogo que ofrece Mariano Rajoy.

Todo un gran despropósito. La legislatura del diálogo y las reformas, enfatizada por el enfático Albert Rivera, adquiere tintes, nada más iniciarse, de bronca, disputada a cara de perro y presumiblemente no muy longeva, aunque hoy en día todo esté en el aire y cualquier pronóstico es enormemente arriesgado. Son los nuevos tiempos.

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