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Política kitsch

Hay días en los que te dan el artículo hecho. En este caso, parece que van a ser semanas. Días en los que pensabas escribir sobre padres irresponsables en huelga de deberes o intentar reflexionar sobre alguno de los motivos sí, habrá más de uno por los que un Trump que hemos visto en la prensa como un personaje asquerosamente machista y racista es presidente de los Estados Unidos en un mundo en que todos nos la cogemos con papel de fumar. Pero, al final, piensas ¿para qué irse tan lejos cuando tenemos aquí la flor y la nata presidiendo el Parlament y a la gresca con sus hasta hace nada compañeros y amigos? Es tan grotesco el espectáculo que en un primer momento crees que lo mejor es que se encargue Íker Jiménez, como experto en fenómenos paranormales. Y tú seguir con tus crónicas parlamentarias como si no pasara nada. Como aquella vez en que la segunda autoridad de las islas pretendió bajar a la arena a defender una moción como si fuera una diputada más, olvidando su papel institucional. Pero al final decides meterte en el barro, aunque sea para expiar la vergüenza ajena de todos estos días de culebrón parlamentario.

Cuando una oye a la presidenta de la cámara que teóricamente nos representa a todos menospreciar su cargo públicamente parece ser que no le hace mucha ilusión se acuerda de alguna que otra antigua trabajadora del Parlament ya jubilada que veía con preocupación la llegada de los 'nuevos políticos'. Y es que, para ser nueva política, hay que ver lo que se parece a la vieja. Nada que una no se esperase, que una cosa es manifestarse y otra tener que aprobar unos presupuestos. Lo que sí ha sido una sorpresa es que incluso supere a la vieja guardia en luchas intestinas. Viendo cómo se airean los trapos sucios, aquellos enfrentamientos entre José María Rodríguez y Mateu Isern casi nos parecen juegos de niños. Esta historia tiene todo lo necesario para una buena novela: chantajes, traiciones y egos heridos.

El único problema es que está en juego el prestigio que le queda a una institución que alberga el poder legislativo. Lo de Munar lleva camino de convertirse en una anécdota. Porque, según hemos leído en alguna entrevista de las que sí ha querido conceder y seguramente podremos escuchar en algún que otro plató de televisión con el suficiente caché, Xelo Huertas está convencida de que sólo un juez la apartará de la presidencia. Como a la Princesa. Mientras tanto, habrá que acostumbrarse a verla votar con el PP. He ahí el primer fenómeno paranormal: gracias a unos expedientes internos hemos descubierto que hasta el PP presenta mociones con puntos que parecen coherentes, como el de bajar los impuestos a las rentas más bajas. Lo que una no termina de entender es que, si es así, hasta ahora las rechazaran todas en bloque.

Lo que ha dejado de ser paranormal, para nuestra desgracia, es que nos tomen el pelo. O lo intenten. Resulta que antes de un pleno escuchamos que las dos diputadas díscolas van a votar 'en conciencia'. Porque además les daba igual el sentido de voto de Podemos. Y, cuando lo hacen, tenemos que ser testigos de una serie de justificaciones dignas de parvulario.

-'No sabía qué votar porque nos habían echado del grupo de Telegram'.

-Mira el dedo que indica el sentido de voto.

-No quería mirar.

Otra: 'Es que en ese momento no tuvimos tiempo de decidir y, desconociendo la propuesta concreta, votamos según el título lo que nos parecía más sensato'. Para quienes no lo sepan, cuando una moción llega a pleno ha pasado por un largo trámite parlamentario. Suficiente para ser conocida por todos los diputados. Y, antes de votarla, se debate. Manías que tienen algunos. Igual si en lugar de estar fumando fuera hubiera escuchado los argumentos de unos y otros habría tenido más elementos de juicio. Que una entiende que es un coñazo escuchar a los parlamentarios discutiendo algo que, total, no se va a aprobar. Incluso que muchos debates no son más que brindis al sol y declaraciones de intenciones. Pero es que a algunas les pagamos el sueldo, entre otras cosas, para que lo hagan. Y son casi 70.000 al año. Que eso sí hace ilusión.

Así que ya pueden ir comprando palomitas, porque parece que dimitir de momento sólo es un señor ruso. El mayor peligro de todo esto es el que nos avisaba Hannah Arendt en 'Los orígenes del totalitarismo': que lleguemos a pensar que las mayorías parlamentarias son espurias y no corresponden necesariamente a las realidades de un país; que los poderes existentes son estúpidos y fraudulentos. Socavar el crédito de las instituciones democráticas es el primer paso hacia el totalitarismo. Y circos como el que estamos viviendo no ayudan. Nos quedan dos consuelos: el segundo es el de estar entretenidos.

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