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Otra vez las encuestas

Prácticamente todo el sistema demoscópico de los Estados Unidos ha fracasado estrepitosamente en sus previsiones. Todo el orbe porque el interés de las elecciones en EE UU es obviamente trasnacional ha estado pendiente de unos sondeos que, aunque provenientes de múltiples fuentes mediáticas, políticas o sociales, mantenían cierto paralelismo en las tendencias y llegaron al fatídico día de las elecciones con la unánime afirmación de que ganaría Hillary Clinton, aunque por estrecho margen. Ninguno de los sondeos más acreditados previó la victoria holgada de Trump.

Cuando una disciplina con pretensiones científicas fracasa tan estrepitosamente y orienta tan erróneamente a los ciudadanos, habrá que preguntarse si tiene sentido continuar creyendo en ella, escuchando con devoción sus pronósticos. O si habría que confinarla al ámbito acientífico de la magia, la hechicería, la adivinación o la cábala.

Ya hemos leído docenas de textos que justifican el error con argumentos inaceptables: determinados grupos de electores no habrían dicho la verdad al entrevistador o no habrían podido ser detectados por tal o cual razón. Es evidente que pronosticar un resultado electoral es un empeño complejo y arduo, pero si alguien lo realiza y fracasa, tendrá que aceptar el descrédito correspondiente y que cargar con él en el futuro.

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