Esta madrugada los relojes se han vuelto a retrasar una hora en toda España. Es la aplicación del llamado horario de invierno de obligado cumplimiento desde 2002 por imperativo de una directiva de la Unión Europea.

Cuando llega el último domingo de octubre, día establecido para efectuar el cambio de hora, aflora cada año una polémica que se vuelve creciente sobre la oportunidad de realizar la modificación. Diversas plataformas abogan por mantener el horario seguido hasta ayer argumentando variados motivos para ello. En Balears es el caso de Illes amb claror, que ha llegado a reunir 8.000 firmas pidiendo que no se toque el reloj con respecto al verano, pero lo más llamativo de todo ello es que hace unos días el Parlament ha aprobado de forma unánime una declaración institucional pidiendo lo mismo. Esta misma semana el Parlament Valenciano ha fijado una posición idéntica a la que aquí, en Mallorca, también cuenta con el respaldo de PIMEM y la Asociación de Restauración.

Sin embargo, tal reivindicación tiene todas posibilidades de caer en saco roto y no prosperar. El ministerio de Industria se ha apresurado a recordar que el cambio de hora obedece a una directiva europea de obligado cumplimiento. De inmediato se ha transmitido la impresión de que no se quería entrar en la verdadera cuestión de fondo, que no había intención de contemplar la raíz del problema, ignorando que Europa, en sí misma, es una realidad muy diversificada en lo cultural, climático y social y por tanto con costumbres y necesidades diferentes que resultan compatibles. La normativa de horarios debería contemplar excepciones en beneficio de la geografía y el consumo energético.

No se ha querido reparar, desde las instituciones competentes, en que Balears es la región española más oriental y que, como consecuencia de ello, su salida y puesta de sol llega a tener entre tres cuartos y una hora de diferencia con respecto a otras regiones españolas.

En el caso de estas islas hay todavía otro elemento de enorme peso para defender la vigencia del horario que se implanta en verano, como hace el Parlament con una unanimidad llamativa por infrecuente. Este es un archipiélago entregado al turismo, industria que, en buena lógica mediterránea, necesita medios para poder aprovechar al máximo los recursos del sol y la luz natural.

Algunos estudios orientativos pronostican que, de mantener el horario aún vigente la semana pasada, el ahorro de energía podría ser del orden del 5% y el beneficio económico de unos 300 millones. La negativa al cambio de horario se sostiene en la convicción de que comportaría un impulso efectivo para la economía de Balears y, vinculado a ello, un claro aliciente para sectores de la oferta complementaria unida al turismo.

También se percibe como una clara oportunidad de conciliar mejor la vida familiar con la laboral. En cualquier caso y pese a las discrepancias que pueda haber, lo que carece de sentido es que el horario de Mallorca se fije en Bruselas y que el Gobierno español ni siquiera se preste a ejercer de mediador para hacer comprensible en Europa que aquí se pueden aprovechar los recursos naturales, e incrementar el ahorro energético, si el horario oficial se ajusta con el natural. Habría que tener en cuenta también los efectos psicológicos de la situación actual y la alteración de biorritmos que puede provocar en algunas personas. La cuestión permanece abierta y la polémica volverá cada medio año mientras sea inevitable mover, en un sentido o en otro, las manecillas del reloj.