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Jose Jaume

Vísperas de nada para el PSOE de Felipe González

El 28 de octubre de 1982 el PSOE de Felipe González obtuvo la mayor cosecha de escaños en el Congreso de los Diputados de la entera historia democrática de España. Fueron 202 sobre 350. Nunca antes ni después se ha dado un resultado semejante. Felipe González, "el joven nacionalista español"(así lo llevó a su portada la revista norteamericana Time), liquidó aquel domingo de octubre los restos del PCE de Santiago Carrillo, que se quedó con dos diputados, y arrinconó por una década a la derecha neofranquista de Manuel Fraga. 34 años después el mismo PSOE, de la mano del mismo hombre, Felipe González, se dispone a entregar el Gobierno de España a la misma derecha de entonces, ahora controlada por un anodino registrador de la propiedad, de un alto funcionario del PP de siempre, Mariano Rajoy Brey, quien, en su dilatada carrera política, iniciada en Pontevedra, ha sido desde concejal y presidente de la diputación a ministro de variadas carteras, vicepresidente y ahora nuevamente presidente del Gobierno. Lo será el sábado gracias a la abstención del PSOE, acordada tras el impotable golpe que descabalgó a Pedro Sánchez, un secretario general limitado, carente de muchas de las cualidades que se supone ha de poseer un líder político, pero que se negaba a facilitar el paso franco a la derecha, a pesar de que ello condujera a unas elecciones en diciembre, las terceras, de incierto pronóstico, por mucho que unánimemente se diera por hecho una nueva y más abultada victoria del PP.

Así pues, el PSOE, hoy como ayer conducido por Felipe González, se apresta a recorrer el camino que han transitado otros partidos socialdemócratas europeos, especialmente el griego PASOK, reducido a cenizas después de acordar gobierno y medidas económicas con la derecha. El partido socialista está en vísperas de nada, en los instantes que preceden a irse por el sumidero de la historia. Lo hace sacudido por una convulsión interna que se plasmará mañana en la división de los diputados socialistas, porque la gestora que por encargo de Felipe González intenta dirigirlo no puede controlar a los 84 diputados, entre ellos los siete catalanes y los dos de Balears. Es un final patético, exento de cualquier atisbo de grandeza. Ayer, el portavoz Antonio Hernando, al que se le acabará diciendo que Roma no paga a traidores, porque no se le agradecerán los servicios prestados, intentó hilvanar un discurso para convencer a los suyos de que los socialistas harán una oposición dura y efectiva, que siguen siendo la alternativa. Naturalmente naufragó en el intento. Para cerciorarse basta con asomarse a los medios de la derecha, presurosos en ensalzar a Hernando, el hombre que mes tras mes durante el último año ha enfatizo el "no es no" a Rajoy. Hay conversiones que no pueden ser digeridas.

¿Qué hará el PSOE? ¿Cómo pretende convertirse en oposición? Mariano Rajoy, displicente, como acostumbra, ni tan siquiera se esforzó en darle una respuesta contundente. No le hacía falta. Hernando se la ofreció a sí mismo y a la desmayada bancada socialista al dar por buena la réplica de Rajoy y no volver a subir a la tribuna. Ya había apurado las suficientes dosis de vergüenza. El partido socialista ha quedado incapacitado para hacer oposición. No la hará. Rajoy le ha advertido seriamente: si no son dóciles, si no se avienen a pactar lo imprescindible para permitirle gobernar con una cierta holgura, se va nuevamente a elecciones, que es exactamente lo que el PSOE no puede permitirse: descabezado, sin fecha para su congreso, con una batalla interna de envergadura y progresivamente abandonado por quienes invariablemente le han votado. Estamos ante el final del PSOE como partido de gobierno. Está naciendo, lo ha hecho ya, el PSOE del sur, el partido social-populista de Susana Díaz, a la que flanquean el extremeño Fernández Vara y el manchego García Page. Referirse al empleado de pompas fúnebres que es el presidente de la gestora resulta una pérdida de tiempo. El partido socialista podrá ser en el futuro una bisagra para completar mayorías de gobierno, presumiblemente siempre escoradas a la derecha. ¿Cómo ser la denominada alternativa de gobierno cuando está en fase de extinción en Madrid, el norte de España y resiste a duras penas en Cataluña gracias a que dispone de uno de los líderes más inteligentes de la política española?

Desde el sábado viviremos una situación inédita: un Gobierno teóricamente en franca minoría, aunque contará con la casi incondicional asistencia de Ciudadanos, que, también arrinconado, se ha entregado al PP de Rajoy sin contraprestaciones reseñables, salvo las personales que en su día se le puedan ofrecer a Rivera; con un partido socialista neutralizado y un Podemos que todavía no sabe cómo ni dónde hacer oposición, aunque dispone de un vasto campo para intentarlo, tanto en el Congreso como en la calle.

Rajoy va a presidir un gobierno, por la abstención socialista, que está siendo exigido por Bruselas a seguir deambulando por la senda de la austeridad. De entrada, se le demandan recortes por un montante de cinco mil millones de euros. No es poca cosa. Habrá que hacer unos presupuestos ceñidos a las exigencias de Europa. El PSOE dice que no los respaldará. Es probable que salgan adelante. Los socialistas harán lo necesario para que su oposición quede neutralizada por las otras oposiciones, especialmente la de Podemos. Rajoy podrá navegar esgrimiendo la amenaza de la disolución de las Cortes y la convocatoria de elecciones. El PSOE claudicará. Está en su nueva naturaleza hacerlo.

Fijémonos en la cuestión que puede descalabrarlo todo, acabar de cuartear el debilitado régimen del 78: Cataluña. Seguir blandiendo la legalidad para enfrentarse al independentismo conduce a una colisión frontal de la que no saldrá más que un descomunal destrozo. En Cataluña hay que hacer mucha política. La que en cinco años no ha estado presente. La que Mariano Rajoy se ha negado sistemáticamente a aplicar, prisionero de las ataduras que el PP se ha puesto y le ha puesto para fortalecer sus posiciones en la España profunda. En el "macizo de la raza", afortunada definición de Dionisio Ridruejo. Cataluña será la estación término, donde se concretará el desfondamiento final del sistema que el PSOE ha tratado de apuntalar con su ruidoso e inútil suicidio.

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