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Antonio Papell

El PSOE, en busca de sí mismo

La gestora que gobierna el PSOE se halla en un limbo jurídico porque no está prevista en los estatutos federales. El artículo 36, apartado "o" de la normativa aprobada en el último congreso dice textualmente, como se ha divulgado hasta la saciedad, que "cuando las vacantes en la comisión ejecutiva federal afecten a la secretaría general, o a la mitad más uno de sus miembros, el comité federal deberá convocar congreso extraordinario para la elección de una nueva comisión ejecutiva federal". No es, pues, extraño que un militante aragonés, el coordinador de Izquierda Socialista en su región, haya acudido a un juzgado de instrucción de Zaragoza para denunciar el supuesto incumplimiento de las normas de quienes ganaron el comité federal del 1 de octubre.

De cualquier modo, y aunque parezca absurdo judicializar este asunto, lo lógico es que la gestora se plantee cuanto antes la convocatoria de un congreso, que es el órgano que habrá de superar la crisis devolviendo la plena legitimidad a los órganos de dirección. Congreso que, con la normativa vigente, debería ir precedido de la elección del secretario general mediante elecciones primarias. Ya se sabe que por este procedimiento Pedro Sánchez podría volver a convertirse en líder del partido, pero ¿están decididos realmente los miembros de la gestora y sus patrocinadores a desentenderse de las bases, como ha insinuado sin rubor algún ínclito barón de la cuadra socialista que reniega de la democracia directa?

La crisis recién vivida ha sacado a la luz lo peor del PSOE. Entre otros sucedidos, Fernández Vara, su predecesor en la junta extremeña Rodríguez Ibarra y algún otro prócer han manifestado su rechazo a las primarias con el argumento de que la apelación a las bases, que les recuerda el asamblearismo, no está en la cultura del PSOE sino en la del comunismo (?). Después de muchos años de oligarquización de los partidos socialdemócratas, de grandes dificultades para la circulación de las elites, de formación de estructuras cerradas e impermeables para preservar el poder en manos de unos pocos, cualquier tentativa de volver atrás en la apertura creciente de los partidos está condenada al fracaso. Las conductas recientes del laborismo británico o de la socialdemocracia alemana son ya la pauta inexorable.

Pero, además de consolidar la apertura, el PSOE tiene que concretar un programa moderno, valiente, rompedor y posible al mismo tiempo, ya que la implosión del partido ha generado la lógica confusión en la opinión pública. Se supone que en esta legislatura que nos aguarda, el PSOE tendrá ocasión de influir en el gobierno, ya que sus votos serán a veces necesarios para legislar (en menor cuantía que la proclamada, desde luego, pero sí en alguna proporción). Y es necesario que los propios socialistas sepan hacia dónde quieren avanzar, para lo que necesitan un liderazgo claro.

Ni el PSOE puede limitarse a oponerse sistemáticamente, ni la formación socialdemócrata ganará a Podemos la carrera por ser la genuina oposición sin esbozar un ideario nítido, producto de una idea comprensible y atractiva de país, capaz de convertirse en opción alternativa de poder en el seno de una Unión Europea rigurosa y exigente. El PSOE está hoy destruido los expertos demógrafos le atribuyen menos de cuatro millones de votos por un estallido difícil de asimilar por el electorado, por la ciudadanía en general. Y si alguien piensa como parecen creer los miembros de la gestora que el simple paso del tiempo devolverá al PSOE la esbeltez ideológica, se equivoca completamente. O se reconstruye íntegramente mediante un trabajo arduo, o el antagonista de la derecha que está demostrando su invencible capacidad de supervivencia será una formación populista al estilo de la Syriza griega. Esta es la realidad.

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