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Pilar Garcés

El desliz

Pilar Garcés

Contraprogramando Halloween

La plaga de calabazas que sufrimos estas semanas ha obligado a la Iglesia católica a mover ficha. Creo sinceramente que es una batalla perdida, pues la suma de disfraces, monstruosidades y chuches que apareja Halloween resulta imbatible para todos los públicos. Pero para algo se inventaron las cruzadas, que hace siglos que no tenemos una en condiciones. La Iglesia se ha percatado de que para que su reino sobreviva en este mundo ha de reconquistar el más allá, fuente de muchos de los miedos que sustentan la fe y de todos los terrores que le han proporcionado el control sobre los vivos a lo largo de los siglos. Para empezar, ha vuelto a pronunciarse sobre los ritos funerarios que han ido ampliando su catálogo de servicios y ha prohibido que las cenizas de los difuntos se esparzan en la naturaleza, se guarden en casa, se repartan entre la familia o sirvan para fabricar recordatorios. Resulta paradójico que una institución que exhibe en sus templos miles de restos humanos en forma de reliquias se preocupe por la integridad de los despojos de los cadáveres, pero una cosa es predicar y otra dar trigo. Que la cremación esté vaciando los cementerios puede responder a que resulta más barata que el enterramiento en su conjunto, el gran tránsito siempre ha sido un gran negocio. Además, los rituales católicos han dejado de conectar con las personas que precisan consuelo después del fallecimiento de un ser querido. Los sermones estandarizados y los funerales gélidos no satisfacen a quienes desean recordar a su difunto como un ser único e irrepetible, buscando algo de belleza y calor en la despedida. Intolerable además que la muerte nos iguale en un tiempo marcado por los servicios personalizados.

Más difícil todavía resultará que la jerarquía católica consiga frenar el imparable avance de la festividad de Halloween a la manera norteamericana, pero lo intenta. Algunas parroquias españolas proponen a sus fieles a que celebren mejor 'Holywins', que viene a significar 'la santidad gana', y que se disfracen de santos y religiosos, de papas, vírgenes y monjas, en lugar de dar cuartelillo a zombis, brujas sangrientas y payasos diabólicos. Lo que viene a ser pura contraprogramación. Que nadie se vaya a creer que las fiestas de los curas han de ser por fuerza un aburrimiento, y que nos están cambiando una buena sesión de The Rocky Horror Picture Show por el rezo del rosario. Bien mirado, el santoral católico da para atavíos que harían temblar a Freddy Krueger siempre que no se tomen como referencia las idílicas representaciones que decoran los templos. El eterno verano en que vivimos por estos pagos nos permitiría disfrazarnos de San Sebastián, en paños menores y cosido a flechazos. Otras opciones son Santa Lucía, con sus ojos en una bandeja y simulando decapitación; Santa Agatha de Sicilia con los senos cortados, o de San Lorenzo, con la parrilla donde fue quemado a cuestas. Para los artistas de la pintura corporal, cabe recordar que a San Bartolomé lo desollaron vivo. Si se necesita un atuendo de comparsa, los Santos Mártires de Uganda fueron quemados y desmembrados, mientras que para fiestas más tranquilas o gente que esté a dieta se recomienda el disfraz de San Simón Estilita, que vivió 37 años subido en una pequeña plataforma, sin casi comer ni beber. Y para que los niños asalten las casas en busca de golosinas, en lugar de "truco o trato" nuestro mucho más castizo "susto o muerte". Eligiendo ambos se garantiza la vida eterna.

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