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Antonio Papell

El PSOE, fracturado

El PSOE se ha fracturado en dos mitades no muy diferentes en tamaño si hay que juzgar por el resultado del comité federal del pasado domingo, en el que 139 asistentes (el 59,15%) votaron sí a la abstención, lo que permite entronizar a Rajoy en la presidencia del Gobierno, y 96 (el 40,85%) votaron no, después del golpe de mano del primero de octubre, que ya sirvió para aclarar de dónde soplaba el viento.

La fractura, que es compleja, pone fin al bloqueo que había generado el "no es no" de la etapa encabezada por Pedro Sánchez, a instancias del propio comité federal, pero la quiebra del PSOE no tiene demasiado que ver con la decisión en sí, ni con la ética, ni siquiera con el liderazgo propiamente dicho: al hilo de este conflicto interno han asomado dos modelos diferentes de partido que han chocado entre sí y que muy probablemente no conseguirán "coser" fácilmente la fractura, por utilizar el término utilizado por Susana Díaz.

El sector mayoritario del PSOE, que se ha llevado el gato al agua, está representado por los principales barones que han conseguido el control en Ferraz. Entre ellos, Guillermo Fernández Vara, presidente extremeño, ya explicó en su momento que la apelación frecuente a las bases "no está en la cultura del PSOE", que en consecuencia tendría propensiones endogámicas y oligárquicas, cerradas al exterior. Otro de los mayoritarios es Javier Fernández, presidente de la gestora (de dudosa legalidad) que se creó tras la dimisión de Pedro Sánchez, ha acusado al PSOE representado por este último de "podemizarse"; el verbo no tiene todavía consolidado su significado ni está en el DRAE pero evidentemente alude a la democracia interna de la organización, a la propensión a debatir y a contrastar ideas, a cierto asamblearismo que sitúa en primer plano a la militancia mientras los cargos han de someterse al escrutinio constante de las bases. Finalmente, destaca en el grupo Susana Díaz, apparatchik sin otra ocupación profesional que la política en el interior del PSOE andaluz, representa lo más arcaico y trasnochado del socialismo europeo, puesto que cultiva la cultura del subsidio y del clientelismo político más que la innovación y el estímulo formativo. Por último, Felipe González, últimamente en vuelos trasnacionales poco accesibles a la ciudadanía de a pie, se ha alineado con semejantes visiones arcaizantes.

Frente a este PSOE convencional y continuista, que ha sido marginado por el cuerpo electoral desde 2011 y que a todas luces está llevando a la vetusta formación socialdemócrata a la pura irrelevancia, no existe una opción alternativa estructurada y sólida pero sí se escuchan algunas voces que advierten del peligroso envejecimiento de la clientela del PSOE, del hecho dramático de que la mayor parte de los electores socialistas no hayan conseguido superar la brecha tecnológica que les condena a nuevas formas de analfabetismo funcional, de la evidencia de que la socialdemocracia europea no está siendo capaz de construir un proyecto atractivo, capaz de enriquecer con contenidos sociales la simpleza unidireccional del neoliberalismo en boga y de contrarrestar mediante un derroche de más sensibilidad el auge de los populismos de extrema derecha y de extrema izquierda que amenazan la supervivencia misma de la Unión Europea.

Quizá estemos en un momento apropiado para constatar que los dos líderes socialistas que en las últimas décadas han llegado a puestos de la máxima relevancia mediante elecciones primarias Borrell, candidato a la presidencia del Gobierno en 2000, y Pedro Sánchez, secretario general del PSOE en 2014 han sido abruptamente defenestrados por el "aparato" que controla los designios de Ferraz. Quiere decirse que este es el destino que aguarda a quienes irrumpan con ideas nuevas. Lo que obliga a ennegrecer los presagios que puedan hacerse sobre el futuro del PSOE.

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