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También en política, envejecer, morir...

El único argumento de la obra como dijo Gil de Biedma y, por lo visto en estos meses, un destino de los seres vivos que es extensivo a los partidos políticos. Ahí tenemos a IU y su brusca expiración; o el rápido deterioro del PSOE, lógico a una edad, por encima de 130 años, que supera los 122 que alcanzó en su día la mujer más vieja del mundo. Y aunque se intente evitar la autolisis por mecanismos varios -desde la Junta provisional hasta el Comité Federal de hoy-, la fisiología de las organizaciones tampoco admite la inmortalidad y quizá sea de agradecer, porque la sobrevida exagerada puede ser un espectáculo incluso más terrible que su final.

Agonías que sin duda muchos no desean, pero las señales del envejecimiento son evidentes y sobrevivirse a uno mismo al punto de que pudiera invertirse la tendencia y rejuvenecer, no parece plausible; máxime porque el comportamiento de los miembros de ese más que centenario Partido revela a todas luces la inclemente huella de los años. Algunos odian un cambio (la abstención, tras enarbolar aquel "no es no") que en la ancianidad suele ser siempre a peor, y mejor lo malo conocido aún a riesgo de que otras elecciones los convirtiesen en agrupación testimonial. Suele decirse que nadie es viejo hasta que no se rinde, pero la capitulación se revela en el seno de ambas facciones: unos por mirar hacia otro lado y dejar vía libre a un Rajoy que espera ver pasar el cadáver del enemigo o, en la estela de Sánchez y como es propio en la decrepitud, por repetirse que cualquier tiempo pasado fue mejor, añorando las tradiciones en vista de proyectos que, tanto con Ciudadanos como cuando inclinados hacia Podemos, se han revelado en la práctica y por distintas razones, inviables. Posiciones, en uno u otro caso, irreconciliables y que se adscriben a ese cartesianismo que es asimismo habitual en la edad provecta, poco dada a aceptar novedades que pudieran modificar el criterio.

Por lo anterior, parece obvio que el PSOE ha entrado, mal que les/nos pese, en esa fase de lágrimas, desmemorias y machaconerías que caracteriza a la senectud aunque, infortunadamente, no haya gozado en paralelo del solaz y la serenidad que propicia muchas veces esa condición, por lo que habrá quienes sigan defendiendo la opción de quemarse (seguramente ocurriría en caso de nuevos comicios) antes que oxidarse; convenientemente traducido, decantarse por la eutanasia en lugar de dejarse al albur de la edad. Sea como fuere, se ha hecho evidente el implacable paso del tiempo sobre el colectivo y ahí están también los que, en una tozudez asimismo propia del acartonamiento que lleva aparejada la senilidad, continúan empeñados en maquillar sus evidencias e ignorar, como apuntaba Roth en una de sus novelas, que la vejez, siquiera alguna y la de los Partidos es buena prueba, no es batalla sino auténtica masacre.

Entretanto, los espectadores andan crecidos frente a esos signos, propios de su edad, que muestran los que hasta hace muy poco eran todavía competidores y objetivo para el sorpasso. Los vivos nunca se creen tan grandes como cuando se confrontan con un difunto -Canetti dixit- o en trance de serlo; baste observar a los podemitas, inmersos en el juvenil sueño de un futuro esplendoroso y persiguiendo la hora del esplendor en la hierba, si no por méritos propios, ayudados por la herencia que pudiera caerles cuando del hoyo de unos se siga el bollo para los sobrevivientes. Nadie es tan pobre que, por mal que puedan irle las cosas, no deje algo, y si la herencia se antoja sustanciosa -siquiera en militantes desencantados-, se impone acelerar el óbito.

En tales lances todas las familias, incluso las políticas, se parecen, aunque aisladamente disten de ser felices. Ahí tenemos a los cuasi adolescentes con las hormonas a flor de piel e imaginando las cotas que podrían alcanzar si, tras denunciar a la casta por avejentada e inoperante, se hicieran al fin con su patrimonio para sumarlo al de I.U que en la práctica se reveló, como legado, un fiasco. En cuanto al PP, con bastantes más conchas que los recién llegados al escenario de la demagogia, saben que la prisa es mala consejera y así les está yendo a los de nuevo cuño, de modo que, con el Matusalén en apuros, mucho mejor seguir con su costumbre de echar pelotas fuera; silbar y dejar que la transferencia del poder les caiga por falta de alternativa, aunque unas repetidas elecciones les pondría a buen seguro el entero patrimonio en bandeja y sin necesidad siquiera de mostrar compasión para con el agonizante.

Y en esas estamos. Con igual avidez los que restan de la casta y los sobrevenidos, velando al PSOE por mero interés -aunque aparenten un duelo que en la intimidad es más bien gozoso festejo- y suponiendo todos que tendrán más mañanas que ayeres; una idea que también compartía el enfermo añoso hasta ayer mismo e incluso el común de los ciudadanos, empeñados en adivinar un futuro político para este país que pasa, sobre todo, por la imaginación. Porque ni tan solo sus eventuales artífices las tienen todas consigo respecto a lo que vendrá antes del funeral de cada cual.

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