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La marca España

Nuestro ministro de Asuntos Exteriores en funciones, que es un metomentodo, tanto propone la cosoberanía para Gibraltar, lo que es una tontería irrealizable, como opina sobre el sistema penitenciario español, la inmortalidad del cangrejo o el buen nombre de nuestro país, sacudido por misteriosos vaivenes.

Y eureka, descubrió la "Marca España", una política de Estado cuyo objetivo es mejorar nuestra imagen fuera de nuestras fronteras. Para poner en práctica semejante sueño nombró a un alto comisionado que se dedicaría al análisis de la percepción que se tiene de España en el extranjero, que planificaría los esfuerzos para mejorarla y que divulgaría nuestras innumerables virtudes. Una bobada así casi no resiste el análisis, pero cedamos a la tentación de hacerlo.

La marca de un país nace de un rasgo de genio (como el croissant o la botella verde del agua Perrier en Francia) que suscita la admiración o el reconocimiento intelectual inmediato. Barcelona después del 92, por ejemplo, o el conjunto indefinible de sus calles, plazas y playas. O el Barça. No interviene el voluntarismo, no basta con decir "oiga, mire qué listos somos y cómo hacemos de bien las cosas".

En 1983, los políticos españoles al mando, decidieron que había llegado la hora de colocar la imagen de España en el mundo, prescindiendo del tipismo y del folclore cutre y patriotero. Loable esfuerzo. Todavía no se llamaba "marca". Era preciso discurrir el sistema por el que el prestigio de España recuperaría su brillo en el mundo entero (léase Estados Unidos; el resto de la comunidad internacional importaba una higa a los presentes). Alguien había decidido que el mejor método sería la contratación de un despacho de abogados en Washington para hacer de ellos nuestro lobby. Me parece recordar que la inversión inicial sería de dos millones de dólares, que volaron sin dar fruto más que para el bolsillo de los abogados y con efecto desde luego menor que un simple viaje de 24 horas del rey Juan Carlos. Y la cosa, indiferente a esfuerzos oficiales, quedó en agua de borrajas.

No. La "Marca España" es otra cosa: estalló de golpe cuando se inauguraron las Olimpiadas de Barcelona y la Expo de Sevilla. Año 1992: una combinación de libertad recuperada y de sex-appeal, un misterio magnífico y excitante. ¡De pronto estábamos en el mapa de los privilegiados simpáticos y progresivos! Ni ETA pudo con eso. Habíamos alcanzado la mezcla perfecta de tipismo y vanguardia. Con un presidente del Gobierno volcado al exterior, con el apoyo del rey, nuestro país se convirtió en la marca de moda? que se apagó también de golpe, de la noche a la mañana, con la foto de las Azores, el "estamos trabahando" de Aznar en el rancho de Bush y la intransigencia con Cuba a la que España se sumó en Bruselas. Por no hablar del episodio venezolano y el disimulado golpe de Estado propiciado por Madrid (en mí no vean entusiasmo por la revolución bolivariana y el analfabeto que la dirige o seducción por las autoridades de Cuba).

A partir de 1992, se vio el resultado de este enamoramiento global: España irrumpió en el mundo hablando con voz firme. Se convirtió en el periquito de todas las salsas, que sí era de lo que se trataba sin necesidad de tirar dólares por la borda y a fondo perdido. Eso sí que era "Marca España": miembro con voz fuerte en la UE (ahora no se oye el silbido de un jilguero), secretaría general de la OTAN, Mister PESC, la dirección del, ay, FMI (que el señor Rato fundió para siempre jamás), los Erasmus, Rafa Nadal, ¡la conferencia de paz de Madrid (no nuestra estrepitosa ausencia de la de Bogotá)!, los trasplantes, dos Eurocopas y un Mundial (casualidad, pero con la flor en salva sea la parte, todo fluye naturalmente) y Almodóvar. Hasta hubo un momento en que en Italia se cantaba una melodía llamada Tsapatero.

Y todo se rompió de golpe en una maldita foto y hemos quedado a años luz de recuperar el prestigio necesario. La "Marca España", por mucho que se esfuerce el señor García Margallo, es ahora un excelente betún para zapatos. Menos mal que nos quedan el Prado y el Guggenheim, los hermanos Roca y la alcaldesa de París, que esa sí que actúa de "Marca España".

No pintamos nada, nadie nos escucha ni nos hace caso (solo Maduro furioso), nuestra presencia en el mundo se ha esfumado: se disolvió, como la "Marca", en la inutilidad de lo desapercibido. Nos queda, para reflotarla, mucho más trabajo que el valeroso esfuerzo del alto comisionado.

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