Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Daniel Capó

Un país igualitario

Recientemente podíamos leer en agendapublica.es un interesante artículo del profesor Manuel A. Hidalgo sobre la distribución de la riqueza en España. El diagnóstico es sorprendente ya que, a pesar de los efectos brutales de la crisis, la sociedad española continúa respondiendo a un patrón igualitario; más equilibrado, por ejemplo, que en países como los del norte de Europa, que cuentan con políticas sociales bastante más potentes y prolongadas en el tiempo. En su artículo, el profesor Hidalgo observa además una curiosa paradoja y es que "uno de los países con menor desigualdad en riqueza (España) sea a su vez un país con una elevada desigualdad en ingresos (o al menos mucho mayor de lo esperado dada dicha distribución de riqueza)". La solución a esta incógnita parece residir en la propiedad de la vivienda, que actúa como gran colchón patrimonial para una mayoría de españoles, además de constituir una red de seguridad para la vejez, cuando la capacidad de ingresar cantidades significativas de dinero se reduce notablemente.

A la vivienda se le añaden otros factores. Uno importante es, sin duda, el peso de la estructura familiar mediterránea. Otro podría ser la boyante demografía de la España de posguerra, que facilitó la modernización de nuestro país con la llegada de la democracia. El ingreso en la UE supuso una cuantiosa llegada de inversión exterior y permitió la consolidación de una clase media no sólo urbana, además de la extensión de determinadas cotas de bienestar. No podemos obviar el papel nivelador que han desempeñado las grandes políticas públicas de protección social, en especial la universalización de la sanidad pública y la generosidad en el pago de las pensiones. De hecho, los jubilados constituyen a día de hoy uno de los elementos niveladores más decisivos de la sociedad española, gracias a las habituales transferencias económicas que realizan a sus hijos y nietos, evitando entre otras cosas que muchas familias pierdan sus casas hipotecadas.

Pero, a la vez que los datos confirman que España es y sigue siendo una sociedad profundamente igualitaria, hay que preguntarse por nuestro futuro como país. Y es que las razones para el optimismo no concuerdan con la creciente polarización entre las distintas clases sociales. Por un lado, contamos con la divergencia salarial entre los ciudadanos que disfrutan de un trabajo estable y los que no. Por otro, las políticas públicas de cohesión se debilitan a medida que los equilibrios presupuestarios exigen recortes y el invierno demográfico se cierne como una amenaza real. Pero, finalmente, hay otro dato muy a tener en cuenta si consideramos el papel modulador que ha tenido la propiedad en el reparto de la riqueza en nuestro país. La burbuja inmobiliaria dificultó la adquisición de inmuebles, del mismo modo que tampoco las políticas fiscales „y la necesidad de movilidad laboral„ invitan a invertir en una vivienda. Es posible que, en un futuro más o menos inmediato „quizás dos décadas, tres a lo sumo„, muchos españoles ya no dispongan de casa propia. El efecto patrimonial para las familias será notable, sobre todo si pensamos en la actual transversalidad de los bienes inmobiliarios. Nuestra riqueza futura dependerá entonces de otros factores, seguramente más volátiles e indudablemente más relacionados con nuestra formación académica y profesional. Resulta evidente que, si queremos preservar unos niveles aceptables de equidad, será precisa una política de Estado inteligente que fortalezca un Estado del Bienestar que lleva ya unos años cojeando. La reforma se hace imprescindible justamente para preservar lo poco „o mucho„ que hemos logrado.

Compartir el artículo

stats