Los españoles que leen los periódicos y participan en la vida política con distintos grados de implicación aguardan con interés el resultado del comité federal del PSOE que debe celebrarse antes del día 24. El último barómetro del CIS desvela que la conciencia del problema relativo a la formación del gobierno ha aumentado, aunque las prioridades de la mayoría continúan siendo la economía, la corrupción y la clase política. Los socialistas se encaminan a la reunión del órgano decisor en un ambiente de frustración y divididos. Los fracasos electorales, el conflicto interno y las divergencias sobre la estrategia a seguir han hecho mella en sus dirigentes, afiliados y votantes. Aún así, las encuestas registran una caída del voto al PSOE menor que la pronosticada a vuelapluma por los comentaristas e incluso por algunos líderes socialistas.

La decisión que tiene que adoptar el PSOE es la misma a la que se enfrentan todos los partidos parlamentarios en las democracias después de unas elecciones en las que ninguno ha obtenido una mayoría suficiente para formar gobierno en solitario. La sesión del comité federal se prevé agónica porque los dirigentes del partido han consentido, y hasta diría que han colaborado, para que el deterioro de la situación llegara al extremo conocido. El PSOE tiene los problemas comunes de la socialdemocracia, de identidad política y pérdida de apoyo en los segmentos más dinámicos del electorado, y otros específicos, derivados de la influencia de los nacionalismos pujantes en el área mediterránea y de la inestabilidad permanente de su liderazgo tras la renuncia de Felipe González. Pero, además, su gestión política en el multipartidismo surgido de las elecciones de diciembre ha sido un total desacierto. El intento de formar el "gobierno del cambio" acabó en fiasco y el partido ahora no está en condiciones de encabezar la oposición a un gobierno del PP en la legislatura recién inaugurada. Esa es la razón principal de que se encuentre atrapado en una alternativa dramática: hacer posible un gobierno que produce un gran rechazo en todos sus estamentos o provocar unas elecciones sin disponer de los recursos con que disputarlas.

El PSOE está obligado a decidir entre las dos opciones y tendrá que hacerlo en las peores circunstancias, con una dirección de supervivencia y alineado en sectores, o bandos, separados por diferencias y actitudes irreductibles. Partidarios y opuestos a que se permita un gobierno del PP esgrimen razones de peso en defensa de su postura, pero no han sido capaces de hacerlo en un debate abierto. Los contrarios a la abstención han dejado oír sus argumentos en las asambleas locales y en los medios de comunicación, en ocasiones con gran fuerza, mientras los que se inclinan por dar paso al PP con tal de evitar nuevas elecciones se pronuncian sólo a puerta cerrada y en voz baja, endosando a la comisión gestora una tarea que no le corresponde, como bien ha recordado su presidente al declarar que su misión no es predicar la abstención, sino precisamente conducir el partido a una deliberación que concluya con normalidad en una votación cuyo resultado sea respetado por todos. El "no" apodíctico en el que se han plantado muchos socialistas pone en claro la necesidad de un auténtico combate de ideas en el interior del partido y que esta, sin embargo, podría ser una oportunidad perdida más.

En cambio se cuestiona el procedimiento. La comisión gestora ha anunciado que será el comité federal el órgano que decida entre un gobierno del PP y elecciones. Otros dirigentes y afiliados, la mayoría apostados en el veto incondicional a la investidura de Rajoy, piden que decida el voto de la militancia, que presumen afín a su postura. Los estatutos del partido asignan la decisión sobre pactos al comité federal, pero no excluyen la consulta a los miembros del partido. Ciertamente, la trascendencia del asunto y la profunda división interna al respecto justifican en este caso que sean los afiliados los que tomen la decisión, pero la celebración de esa votación requiere un tiempo del que ya no se dispone.

Sea cual sea la decisión, el PSOE pagará un alto precio por ella. Si opta por volver a las urnas, unos resultados más adversos pueden empeorar su calamitosa situación actual. La opción de un gobierno del PP conlleva, por otra parte, riesgo de fractura en el grupo parlamentario, un distanciamiento aún mayor de los afiliados y los votantes y una concesión a Podemos en la pugna por liderar el espacio político de la izquierda.

El PSOE no tendrá paz ni será un partido plenamente operativo mientras no celebre un congreso y tenga una dirección respaldada por los afiliados. Pero antes de pensar en ello debe tomar una decisión crítica. Vistos los desperfectos de Ferraz, el PSOE tendrá que iniciar su reconstrucción a partir de cero. De una u otra manera, ahora o más adelante, estará obligado a pensar las cosas desde el principio. Y en ese punto en que se encuentra, los electores le reclamarán una atención preferente a sus asuntos. De otro modo, llegado el caso, no tendrán reparo en mostrar una cruel indiferencia hacia la suerte del partido. El PSOE podría estar al frente de la oposición, esperando su turno para gobernar, con buenas expectativas y un amplio margen de maniobra a derecha e izquierda. Y el hecho es que se ve condenado a consumir todas sus energías en el doble esfuerzo de recomponer su maltrecha figura y al mismo tiempo ser útil al país facilitando el gobierno de su primer adversario. La abstención es una puerta abierta a una legislatura con posibilidades, aunque conflictiva e incierta. El "no" tiene razones de ser; el inconveniente es que ciega todas las salidas menos una, aquella por la que hemos venido a dar a esta situación de bloqueo ya dos veces y en cada ocasión más decepcionados. Una espada de Damocles pende sobre el futuro del PSOE.

* Profesor de Ciencia Política