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Llorenç Riera

El infortunio de un juego de pelota

Los juegos de balón en cualquier patio de colegio son, en su propia naturaleza, irregulares y anárquicos porque en ellos se combinan, al mismo tiempo, la fuerza física, la creatividad y la picaresca infantil. Pero pocos adquieren la trascendencia y tienen las consecuencias de los del colegio Anselm Turmeda de Son Roca que acabó con la agresión a una niña de 8 años. Pese a que la conselleria intenta zanjar el asunto con unas explicaciones tardías que se visten de prudentes, todo hace pensar que el asunto está lejos de cerrarse. Entre otras cosas porque quedan castigos por cumplir, correcciones docentes por aplicar y porque la familia de la niña violentada eleva su indignación a la exigencia de responsabilidades legales.

Entre la desproporción de la descripción inicial y la tardanza de una versión oficial contrastada que se aproximara a la realidad, se ha perdido el punto intermedio de una adecuada explicación que evitara alarmas y, al tiempo, no escondiera el término preciso de lo ocurrido. Se ha tardado 12 días en decir que era un juego de pelota "sin intencionalidad previa" y en el que una patada al aire acabó causando lesiones leves a una menor de 8 años que pugnaba por asegurar la victoria de su equipo.

El conseller niega que se esté ante una situación de bulling, respalda el comportamiento del equipo docente de Son Roca y al tiempo se imponen sanciones de entre 3 y 5 días de expulsión a los 7 niños implicados, los cuales también deberán dedicar el tiempo de patio de las próximas semanas a actividades formativas sobre respecto y normas de juego. Se hace así porque lo determina el decreto de derechos y deberes del alumnado y porque, en expresión de la inspección, la falta de intencionalidad previa de agredir, no exime de una conducta grave perjudicial para la convivencia del centro. El conseller March también deja claro que cualquier acción violenta no puede quedar en la impunidad. Visto el modo cómo han transcurrido los acontecimientos, ya será imposible contentar a todos. Ni siquiera queda satisfecha la Administración o la comunidad docente.

Las dos profesoras que vigilaban el patio no centraban la atención en el juego del conflicto porque estaban ocupadas en otras actividades. No se puede estar en misa y replicando a la vez, pero quizás ésta sea una de las claves del incidente. Un adecuado encuadre y control de la diversión convertida en accidente hubiera evitado la sobredimensión y secuelas posteriores.

La conselleria aplica el remedio de urgencia de situar tres profesores en el patio de Son Roca y de todos los demás colegios de Balears, pero ello no despeja el interrogante mayor sobre el porqué el infortunio de un juego de pelota puede acabar en lesiones, traslado de centro de la afectada, mediación de la Fiscalía y una indignación familiar con visos de convertirse en demanda. En los patios de los colegios queda mucho por aprender. Incluso para quienes no juegan en ellos.

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