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Frivolidad

La salida del Reino Unido de la Unión Europea es una decisión de gran calado de la que dependen, además del porvenir del país, el futuro de la Unión Europea y los grandes equilibrios del día de mañana en los terrenos político, económico y comercial. Ha sido un contratiempo muy serio para los defensores de la democracia occidental, del bastión militar de la OTAN, de la gobalización y sus grandes posibilidades, de una concepción del mundo basada en la cooperación ente sí de las grandes democracias en un marco interdependiente.

Pues bien: hemos sabido que una de las figuras decisivas del Brexit, Boris Johnson, exalcalde de Londres y actual ministro de Exteriores con Theresa May, decidió su posición sobre este asunto 48 horas antes de hacerla pública, e incluso escribió dos artículos, uno a favor y otro en contra, para acabar de optar en el último momento. Todo indica, en fin, que la gran decisión adoptada en el plebiscito fue el resultado de una gran frivolidad, tanto por parte de los conservadores como de los progresistas, y no el resultado de la reflexión profunda e intensa que sin duda merecía el caso.

No sólo nuestra clase política es de una preocupante inconsistencia intelectual: el problema es universal, y nuestro destino no estaría en peores manos si lo decidieran los chamanes de la tribu o los más viejos de la aldea.

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