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Antonio Papell

Europa en peligro

El Brexit no sólo fue una sorpresa desagradable, y muy agria, para quienes pensábamos que los grandes países europeos, incluido el Reino Unido, habían interiorizado profundamente los grandes motivos que impulsaron la construcción europea después de la Segunda Guerra Mundial sino también una advertencia sobre la fragilidad de nuestra estabilidad actual y sobre los riesgos colosales que nos siguen embargando. Porque si Europa, enmarcada en su ámbito global, fue capaz por dos veces de lanzarse a brutales guerras el siglo pasado, nada puede asegurar que en cualquier momento no se vuelvan a dar las condiciones para que estalle otra conflagración por tercera vez. Con la particularidad de que en esta ocasión, el desarrollo tecnológico que tanto nos ennoblece y nos halaga podría servir para destruir el planeta en mil pedazos.

El Brexit fue la consecuencia de una pulsión nacionalista, particularista, xenófoba y racista. Nada que pueda compararse con los valores de la Alemania de los años treinta pero los adjetivos mencionados sí estaban de alguna manera presentes en aquel caldo de cultivo de los fascismos.

Joshka Fisher, ilustre referente intelectual que fue ministro de Exteriores y vicecanciller de Alemania entre 1998 y 2005, ha alertado en un dramático artículo reciente de los riesgos reales que se ciernen sobre Europa, y consiguientemente sobre el mundo, si se cumplen los peores presagios. Tras el Brexit que para él es "el rechazo de facto de un orden europeo de paz cimentado en la integración, la cooperación y el mercado común", podría darse el caso de que Donald Trump ganase la presidencia de los Estados Unidos y bien cabría que, no mucho después, Marine Le Pen alcanzase la presidencia de Francia.

Los efectos de semejantes hitos en un orden europeo ya vacilante "en lo interno, el nacionalismo ha ido ganando fuerza en casi todos los Estados miembros, mientras que en lo externo Rusia ha vuelto a la política de las grandes potencias y promueve un nuevo dominio ruso sobre Europa del Este como alternativa a la UE serían demoledores. La victoria de Trump favorecería una enfermiza relación Washington-Moscú a costa de los vínculos entre EE UU y la UE. Y el desgajamiento de Francia del tronco de la UE podría representar el principio del fin del proceso de integración continental, cuya lógica interna ha pivotado siempre sobre el eje francoalemán.

En estas condiciones, quedaría inerte una Alemania desconcertada que vería cómo su elección hacia el Oeste de 1945 Fischer aplaude que Alemania diera más relevancia entonces a los vínculos de la joven República Federal que a la reunificación quedaba defraudada, con lo que "podría volver a ser una tierra de nadie en términos ideológicos, lo que pondría en peligro a Europa, alimentaría peligrosas ilusiones en Rusia y obligaría a la propia Alemania a asumir retos inmanejables en relación al continente".

Fischer previene asimismo contra la tentación de la CDU de aproximarse a la ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD) que "representa a los nacionalistas alemanes de extrema derecha (y peores) que desean volver a la vieja posición intermedia y forjar vínculos más estrechos con Rusia, lo que traicionaría el legado de Alemania y pondría en peligro la Republica de Bonn? Y amenazaría claramente la supervivencia de la entidad llamada Europa tal como la conocemos hoy en día. Quizá estemos a tiempo los europeos de detener el desastre, que pasa por afianzar sobre bases éticas y humanistas las grandes opciones ideológicas clásicas de centro-derecha y centro-izquierda para impedir la injerencia demoledora de los diversos populismos.

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