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Matías Vallés

Al Azar

Matías Vallés

Honores no reclamados

Mi mejor amigo tuvo la delicadeza de no invitarme a su boda. Nunca se lo agradeceré bastante, es la mayor prueba de confianza imaginable. Conocemos el protocolario "es un honor que me invites". O no. El sentencioso Mairena de Machado nos advierte de que "no es piadoso abrumar con honores al que ni los quiere ni los pide". Por ejemplo, un premio es un título de apropiación del galardonado, a menos que te cruces con los impertinentes Susan Sontag, Brando o Sartre. El resto aceptarán bovinamente y fingirán su aprecio en un discurso de aliño.

En el ámbito más coloquial y cotidiano, cuesta convencer a los partidarios de la juerga permanente de que es ofensivo invitar a una fiesta a quien sabes de sobras que no va a fiestas. Revestir el agravio de un condescendiente "vienes sin quieres", solo agrava la lesión con un desdén. Si no es imprescindible, por qué agravar el malestar para ambas partes. Los cazadores de invitados a contrapié rematan su injuria en el "sin compromiso", que es la mayor de las ataduras porque subraya que anfitrión y huésped están comprometidos. Es tan ridículo como especificar "sin sexo" en una cumbre ministerial.

Quien se ausenta de la fiesta, por no soportar el convite o a los convidados, no solo ejerce su voluntad soberana. Refuerza además el equilibrio entre quienes están a disgusto en la celebración y quienes disimulan su hastío con alcohol. Más de una vez he encuestado el número de asistentes al "party del año" que preferirían estar en otro sitio, incluido el infierno. Alcanzan el treinta por ciento de promedio. Por si necesitan más argumentos, el ausente se convierte en víctima propiciatoria de los dardos que sería más difícil clavarle si se encontrara entre los congregados. Los honores no deben ser para quienes los merecen, sino para quienes los pretenden. Frente al dictatorial "hemos pensado en ti", Machado exige proteger "a quien necesita no tenerlos, a quien aspira a escapar de ellos". No será por escasez de material, sobran las personas predispuestas a recibir halagos, a creer como Segismundo en el trayecto del calabozo al trono. En fin, nunca asistiría a una fiesta a la que invitaran a gente como yo.

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