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Antonio Papell

La pérdida de España

Pocos analistas han prestado atención a un acontecimiento reciente de intenso significado desde el punto de vista del difícil encaje territorial de los pueblos de España como ha sido la conmemoración del octogésimo aniversario de la constitución del primer gobierno vasco, presidido por José Antonio Aguirre, en la Casa de Junta de Guernica el 7 de octubre de 1936, en plena guerra civil. Un hecho fundacional vinculado a la memoria de dos ilustres estadistas, el nacionalista Aguirre y el socialista Indalecio Prieto, y que fue protagonizado por diez consejeros, tres de ellos socialistas.

También es digno de recordar que cuando en los albores de la transición se puso en marcha el proceso constituyente, y tras él la edificación de la autonomía catalana, el PSC fue resultado de la confluencia de las distintas sensibilidades socialistas, que lograron una fuerza vertebral que obtuvo el primer lugar en todas las elecciones generales que se celebraron, desde 1977 a 2008, ambas inclusive. El catalanismo político, pronunciado con acento progresista por el PSC, fue durante toda esta larga etapa el contrapunto del nacionalismo conservador representado por CiU.

Este doble papel desempeñado por el PSOE en Cataluña y en Euskadi, unido a otros servicios a la racionalidad territorial española no menos relevantes como su contribución decisiva al fin de la violencia etarra, realza la importancia de la crisis que experimenta actualmente el PSOE, en unos momentos en que, aunque Euskadi queda en manos de una mayoría atinada y sensata, Cataluña, en brazos de una alianza entre el ultranacionalismo y una formación antisistema, amenaza no sólo con la secesión sino también con la vulneración flagrante del método democrático al anunciar transgresiones inaceptables de la ley paccionada entre todos.

En otras palabras, el declive del PSOE, que fue también causa del surgimiento de su gran competidor en la izquierda, Podemos, refuerza la desintegración del modelo constitucional, sin que este hecho gravísimo parezca preocupar demasiado a buena parte de la estructura federal del PSOE que ha dado el golpe de mano en el interior del partido? Y tampoco a los demás partidos del espectro, alguno de los cuales tiene una responsabilidad clara y directa en el debilitamiento del vínculo entre Madrid y Cataluña. Porque conviene recordar que la autonomía catalana, tan maltratada institucionalmente, ha llegado a ser moneda de cambio electoral, jaleada irresponsablemente por algunos.

En esta coyuntura, la gestora socialista debería tener la sensibilidad suficiente para entender que el PSC no es sólo una parte vital de la familia socialista española sino también una referencia esencial de racionalidad en el complejo tablero catalán, al que ha llegado irresponsablemente Podemos para alentar también por puro oportunismo un derecho a la autodeterminación que los expertos internacionales solo conceden a los territorios que son víctimas de explotación colonial. En otras palabras, si esta gestora de dudosa legitimidad forzase al PSC a abstenerse en la investidura de Rajoy provocaría dos efectos: la ruptura entre el PSC y el PSOE y la neutralización del PSC en el escenario catalán, donde -por errores propios y ajenos- su presencia ya no es precisamente boyante. Lo que no ha de obstar necesariamente para que un puñado de diputados socialistas haga posible la investidura de Rajoy si así se acuerda en aras de la gobernabilidad.

En cualquier caso, sería de desear que este gobierno de Rajoy en minoría que se avecina tuviese la sensibilidad necesaria para entender que si se deja la solución del problema catalán a los tribunales, sin la menor iniciativa política de diálogo y negociación que habrían de llegar hasta la extenuacipodemos dadiálogo y negociacioçotenuacitiva po entneder putados socilaistas haga posible la investidura de Rajoy si asarsentado ón y el acuerdo, podemos dar por rota la unidad del Estado, que a medio plazo no puede mantenerse mediante la coacción, una vez abandonadas la seducción y la persuasión. Con seguridad, el problema es mucho más grave que lo que parecen creer quienes recurren a la inhibición como única estrategia.

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