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La verdad: ¿Qyé porción? (I)

He dedicado algunos ratos a conseguir que mis nietos aprendiesen, en lugar de muletillas sin sustancia, el poema del cubano, tiempo atrás represaliado y en prisión, Herberto Padilla: "Di la verdad. / Di al menos tu verdad. / Y después deja que cualquier cosa ocurra. / Que te rompan la página querida?". No obstante, me había guardado hasta aquí de entrar en reflexiones sobre si la referencia a "tu verdad" desvirtúa su universalidad y es que, cuando subjetiva, pierde bastante prestancia y abdica de su condición para transformarse en comodín al gusto o interés de cada cual.

Para muestra, las "verdades" con que los políticos pretenden hacerse con nuestras voluntades y de paso con el Mercado: verdades que pueden parecerlo por repetidas, poliédricas, difusas e iguales en cualquiera de sus bocas, así que para evitar verme en un brete si un día me preguntan, quizá sea oportuno dejar de pretender que forjen en el yunque de la verdad su lengua desde niños, y entretenerlos con eso de Susanita tiene un ratón? Ello no quita para que, cuando uno se da a pensar en la verdad e intenta adivinar cuánta subyace tras cada categórica afirmación, pueda sumirse en un estrés que dure lo que la propia vida al intuir que las certezas se han esfumado y la ambigüedad es el recurso ("¡Oh, tú, hipócrita, igual a mí mismo?!") para justificar las opciones más diversas o desdecirse llegado el caso.

Si incluso en disciplinas científicas la provisionalidad es norma, ni qué decir respecto a las conclusiones en áreas donde los experimentos vienen subordinados a la ideología, tan alejada del rigor como el tocino de la velocidad. Por ende, los paradigmas se revelan cambiantes a falta de bases sólidas y, en consecuencia, esas verdades sin las que es imposible mantener la esperanza hacen agua a resultas de mezclar el conocimiento con las creencias y el apriorismo con las evidencias. Bajo esa perspectiva, lo de cuidar la libertad y la verdad se cuidará a sí misma, que aconsejaba Rorty, es otro supuesto al gusto de algunos o, para el resto, una frase vacua. En cualquier caso, nueva conclusión indemostrable que los hechos probarán a veces y desmentirán otras, lo que sin duda es un torpedo más a la línea de flotación de esa ansiada verdad.

Estamos abocados a la provisionalidad, habrán escuchado hasta la saciedad. ¿Cierto o falso? Y, sea como fuere, cada uno de los prohombres que nos han tocado en suerte empleará iguales argumentos para culpar al vecino de la situación. ¿Dónde anda la verdad? ¿O acaso se ha fragmentado y, en consecuencia, no se distingue de la mentira? Por no circunscribirme a un contexto político que ha terminado por abrumar, ¿son la pobreza o la inmigración inevitables? ¿Existe una moral independiente del contexto? ¿Es el hombre un lobo para el hombre o, por el contrario, la compasión está en nuestra naturaleza? Supongo, a mi pesar, que no hay respuestas unívocas condición inherente a la presunción de verdad, con lo que el relativismo da razón a la afirmación de Wagensberg: la verdad absoluta (cualidad necesaria) sólo existe en matemáticas y, todo lo demás, mentiras irrefutables (Nietzsche), construidas a hombros del entusiasmo cuando no del interés y, si me permiten traer a colación algunos dogmas (¿verdades?) de intelectuales al respecto, de nuevo la contundencia del filósofo alemán asegurando que las verdades son únicamente ilusiones de las que se ha olvidado que lo son; verdades que también se inventan (Machado) y, lo que es si cabe más deprimente, que a la larga (Wallace Stevens) poco importa.

Sin embargo, y para que la desilusión no nos deje sin herramientas para la manipulación (la apariencia de verdad, convenientemente manejada, puede ser de extraordinaria utilidad), cabe echar mano a otras doctas opiniones que quitan hierro al engaño disfrazado: la verdad hay que ofrecerla a sorbos para que pueda digerirse bien; su descubrimiento exige de una adecuada formación, en determinadas circunstancias puede ser lícito e incluso ético vestirla de lagarterana, o cabe apelar a Ortega (en Verdad y perspectiva) para concluir que se ofrece en perspectivas individuales cada cual la viste a su gusto, vamos toda vez que no hay hechos sino interpretaciones, lo que sin duda permite una salida airosa cuando pillados en cualquier renuncio. Si recuerdan el nombramiento del ex ministro Soria para el Banco Mundial y las exculpaciones de De Guindos, o las explicaciones de quienes han descabalgado a Pedro Sánchez, ahí tienen ejemplos de hechos, interpretaciones, salidas por la tangente y a la verdad que le den.

Pese a todo probablemente hay verdades, en política o sociología, por un suponer, más duraderas que sus voceros, y quien quiera enseñárnoslas (de nuevo Ortega) que no nos las diga sino que nos ponga en condiciones de descubrirlas, aunque de ser esto plausible y en la situación actual del país, me temo que esperaremos en vano. Porque las verdades se construyen aquí en la creencia de que los oyentes se chupan el dedo y no es eso, señores cabezas de lista y cabezones contra la verdad. No es eso. Ni así.

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