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Pueblo, gente, militantes

Durante estas semanas y a causa de la tremenda crisis, pura catarsis, que está padeciendo el PSOE, se está hablando mucho de la importancia de los militantes y, de paso, de los votantes históricos, es decir, de toda la vida. El término militante también tiene su miga. Los mítines está atestados de militantes, esto es, de creyentes en un partido. Ovacionan cada intervención del líder, por muy tonta que sean sus palabras. Porque a alguien que milita le es muy difícil cambiar de opción. Militar lo siento, el verbo es así en algún partido, grupo o secta, de entrada, limita bastante la visión del panorama. Los votantes de toda la vida pueden sentirse insultados, traicionados, decepcionados, frustrados. Muchos de ellos, del partido que sea, se han dado de baja para engrosar la larga lista de los abstencionistas o bien han cambiado de bando, aunque sea temporalmente, mientras que otros persisten en votar al partido de toda la vida a pesar de sentirse muy perjudicados, incluso estafados, por no decir humillados. Eso ocurre cuando uno deja de pensar y se atiene al fervor de la fe, aunque sea en cuestiones de partidos políticos, que ya es tener fe, la verdad. Hace unos días, Gregorio Morán, ya lo escribía con tino: "Éste es un país con demasiados creyentes." Parte de razón tiene, aunque no hay que olvidar que el país de los escépticos, los descreídos, los desengañados, en fin, de los hartos está tomando posiciones con su ensordecedor silencio.

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