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Antonio Papell

La pérdida de Cataluña

El 5 el 6 de noviembre tendrá lugar el congreso del PSC-PSOE, al que concurren Miquel Iceta y Núria Parlón, dos pesos pesados que, como si fueran de la CUP los antisistema tienen experiencia de empatar en sus votaciones en cifras muy elevadas, se han emparejado en número de avales: 3.917 cada uno cuando sólo se necesitaban 866. La votación será el día 15.

Por ello, la crisis del PSOE llega en el peor momento para quienes, como el actual secretario general de los socialistas catalanes, son partidarios de mantener el equilibrio entre la pertenencia al mismo tronco federal y la autonomía de funcionamiento y decisión. En efecto, los dieciocho representantes del PSC en el comité federal del sábado salieron estremecidos por el tono y la catadura de los killers que, a las órdenes de Susana Díaz, procedieron a la limpieza, con unos ademanes autoritarios anticuados, de lo que habían ido a depurar a Madrid, y el comentario general del muy mermado socialismo catalán es unánime: va a resultar muy difícil mantener unos vínculos de difícil gestión el proceso soberanista lo desfigura todo si al otro lado, en Ferraz, hay una voz rígida que descalifica por "independentista" a todo el nacionalismo de Cataluña, e incluso al catalanismo político, y que pretende centralizar en Madrid la toma de decisiones.

Lo cierto es que los catalanes del PSC no quisieron formar parte de la comisión gestora con el pretexto de que el partido se encuentra en fase precongresual, y que Parlón, más o menos explícitamente, ya ha sugerido la posibilidad de que el partido catalán, que conserva su soberanía pese a la alianza con el PSOE, desacate la decisión de facilitar a Rajoy la investidura si llega el caso.

Después de una época delirante en que las incongruencias de Maragall y sus veleidades con el soberanismo estuvieron a punto de provocar la desaparición del partido, el PSC está volviendo a ocupar, con gran esfuerzo, una posición central, moderada, de defensa del catalanismo político un espacio ya abandonado por el nacionalismo moderado conservador, de oposición a la independencia y al referéndum unilateral, y de negociación con el Estado de una vía de reinstalación de Cataluña en el mapa autonómico que se basaría en el rescate del estatuto de autonomía de 2006, después podado dramáticamente por el Tribunal Constitucional a instancias del Partido Popular. Una reforma constitucional ampliamente consensuada podría obrar el milagro, que no es sencillo pero que es el único camino que puede impedir la ruptura brutal de la unidad de este país.

Pero el PSC se encuentra en un escenario inhabitable en que el Estado no comparece su única presencia en Cataluña es bajo la toga judicial, para exigir responsabilidades por derivas que no se ha cuidado de prevenir en su momento y el soberanismo, desorientado el estallido del caso Pujol no ha facilitado las cosas, exacerba cada vez más su radicalidad y se sale del terreno acotado de la escena para sugerir rupturas que la sociedad catalana, en su mayor parte, no desea. El Gobierno Rajoy, que actúa en Cataluña con la sensibilidad de un sargento de caballería, no ha dado un solo paso en el camino del diálogo, de la conciliación, de la transacción, y el argumento inobjetable de que el gobierno ha de respetar la legalidad no sirve como coartada.

En estas circunstancias, sería una tragedia que el PSC, el más relevante de los vínculos políticos que aún ligan Cataluña con el Estado, abdicase de ese papel y se resignase a la incomprensión que recibe de la otra parte. Porque a este paso, tras demasiado tiempo de inhibición política del Estado en Cataluña, también los no independentistas, esa clara mayoría que se siente tan catalana como española se preguntarán para qué sirve que Cataluña siga unida al Estado español.

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