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Llorenç Riera

El derrumbe moral y la actitud de Munar

Maria Antònia Munar lo está pasando mal. Sin duda alguna. Está en prisión y, objetivamente, tiene muchas posibilidades de ver incrementadas sus condenas actuales. La altiva y un tanto mayestática presidenta de antaño es hoy una mujer derrotada. Llora. Es humana. Tiene sentimientos y familia que le hacen ser consciente de su "muerte política, social y económica". El vuelco en la trayectoria individual y hasta colectiva de Munar es absoluto, radical. Ha pasado de controlar todos los resortes del poder a estar privada de libertad y depender integramente de las disposiciones de la Justicia.

Munar es una mujer derrotada. Su derrumbe personal, exhibido y explotado estos días, no precisa mayores explicaciones. Una actitud diferente por su parte resultaría incomprensible. ¿Hay que hacer leña del árbol caído? No, le asiste el derecho a la dignidad de la condición humana, una baza que también resulta explotable como atenuante de los cohechos que comienza a admitir a modo de defensa de quien sabe que ha agotado todos los recursos y que lo tiene todo perdido.

De ahí la utilización del sentimiento de lástima como amparo y posible beneficio de reducción de condena. El estado de ánimo de Munar es su último recurso, lo sabe ella y lo administra su defensa. Pero ni se juzga ni está en cuestión su posición actual, las decisiones se adoptan en función de sus comportamientos anteriores desde la responsabilidad pública que ha ejercido. Esta es la visión clave que no conviene empañar con solidaridad y comprensión humana.

El fiscal del caso Can Domenge, Juan Carrau, lo ha dicho en términos estrictamente legales: la responsabilidad del sufrimiento es de quien no ha cumplido la ley, del que se aprovecha del cargo público para saltarse las normas. Ha pedido al jurado que no se deje intimidar por el dolor, comprensible, de quien está en prisión, dado que Munar solo ha confesado cuando se ha descubierto su delito, y que tenga en cuenta que los 150.000 euros resarcidos son apenas el 7% de los cuatro millones de euros cobrados por el soborno de Can Domenge de los que, según todos los indicios, la principal acusada del caso, Munar, se quedó con más de la mitad. Ella nunca ha dicho cuánto cobro ni donde lo trasladó.

Será condenada porque ha acabado reconociendo el delito. La cuestión se dirime entre los cuatro años que pide el fiscal y el medio año, más multa, que solicita la defensa. El tribunal ha encargado al jurado que decida si resultan aplicables algún tipo de atenuantes. El veredicto puede ser emitido hoy mismo, una vez que se haya debatido si la confesión tardía, las dilaciones indebidas del proceso y la reparación parcial del daño causado pueden beneficiar a Maria Antònia Munar o si debe hacerse caso omiso de ello porque solo han sido usados por la acusada cuando se ha impuesto la fuerza de los hechos y no le ha quedado otra posibilidad de amparo personal y jurídico. El discernimiento de esta cuestión esencial está en manos del jurado.

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