El clásico esquema de izquierda, derecha y centro tiene algo de mito crepuscular. La sociedad actual reclama nuevos escenarios. En lo sustancial, que es la creación de condiciones económicas que permitan implementar las restantes políticas, no existen ya fórmulas antagónicas en el contexto internacional. Los ensayos experimentados por los diferentes modelos han cosechado un patente desequilibrio en términos de pobreza y prosperidad: sabemos qué métodos hunden a los países en la miseria y cuáles no. Por descontado que no hemos dado aún con el sistema redentor de todos los males, pero sí conocemos cuáles ahondan en ellos.

Las estructuras institucionales se asientan también sobre este lenguaje universal, que funciona razonablemente pese a sus imperfecciones. Los prolongados años de paz y progreso que hemos disfrutado en Europa son tributarios de él. Tanto las políticas como las normas comunitarias que toca implementar son ejemplo de ese marco, en el que los espacios para otras opciones contradictorias en el campanario nacional son más bien exiguos.

Así las cosas, ¿qué es ser de derechas, de izquierdas o de centro en este nuevo contexto?. Al margen de concepciones estéticas, del poderoso efecto de la tradición o del cómodo recurso a la extracción social en países donde se ha ido difuminando hasta hacerla desaparecer; aparte de estos clichés, poco fundamento queda para continuar hablando en esos rancios términos políticos, salvo para los hooligans militantes de cada bando, enardecidos por dirigentes de pacotilla o por líderes desaprensivos y botarates. La revolución francesa, con sus grandes aportaciones, queda ya demasiado lejana como para mantener esta división, tan reduccionista como caduca.

Más bien la tendencia a la que vamos es aquella que discrimine entre formaciones abiertas al futuro de las que no lo hagan, o entre las que defiendan los métodos de éxito de las que se empeñen en no hacerlo. En el fondo, el debate habrá de plantearse entre pragmatismo versus ideologías, toda vez que estas últimas están quedando cada vez más relegadas a hueras ensoñaciones, referencias cansinas al pasado y recetas tan abstractas como inaplicables.

Se advertirá que bajo este panorama descansan con frecuencia propuestas tecnocráticas. Ello es consecuencia, sin duda, de su mayor capacidad para resolver los más graves asuntos sociales o económicos en los que acostumbran a centrar su discurso las corrientes ideológicas imperantes. En realidad, hablamos de algo bien conocido en la historia del pensamiento, el de la mera actualización de la idea platónica de la sofocracia, por la que todo barco debiera ser guiado por quienes supieran más acerca de la navegación y del lugar de destino.

Ni izquierdas ni derechas: querer el mañana o no. Aprovechar el futuro o regodearse en el pasado. Pretender ir hacia delante o hacia atrás. Cuanto más demoremos en ese cambio de mentalidad, más tardaremos en solventar los temas que más nos preocupan.

Al igual que no hay más medicina que la que cura, no hay más ideología que la que resuelve los problemas sin crear otros, algo que se consigue en la mayoría de los terrenos a través de criterios técnicos. Todo lo demás son pamplinas.

* Decano de la Facultad de Derecho de la Universitat Internacional de Catalunya