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Columnata abierta

Horrach desencadenado

El otro día subí el Cervino. Un amigo me sugiere que diga Matterhorn, que suena más bestia. Y lo es. Cuando la observas desde abajo lo primero que te preguntas es por dónde podrás ascender esa pirámide colosal. Todo parece demasiado grande y empinado, y tú débil y pequeño frente al reto. Pero sabes que hay varias vías. Es más, algunas ya las has subido mentalmente, porque todo está en internet. Gracias a las fotografías y a Youtube esos parajes resultan extrañamente familiares cuando los pisas por primera vez. Visualizar continuamente la cumbre forma parte del proceso de motivación cuando te preguntas qué carajo haces allí arriba, pasando frío, colgado de una cuerda, arriesgando lo que es tuyo, claro, pero también un poco de tus seres queridos.

Yo subí por la arista Lion, entre la cara sur y la oeste de Italia, pero uno de los videos más didácticos y emotivos lo protagoniza un guía argentino que graba a su cliente ascendiendo por la arista Hörnli, desde Suiza. El cliente está fuerte, pero no parece demasiado experimentado, y desde que salen del refugio el guía le pide que dosifique el esfuerzo, que de pasos cortos al trepar, que en las zonas complicados pise y agarre exactamente donde él le indica, que piense que todo lo que están subiendo luego tendrán que bajarlo, más cansados y por tanto con menos capacidad de concentración, y que es entonces cuando suceden la mayoría de desgracias en el Matterhorn. El hombre le hace bastante caso, pero se siente tan convencido de sus posibilidades que en algunas ocasiones alarga demasiado un paso, da un tirón o incluso un pequeño salto para encaramarse a la siguiente roca. Cada vez que lo hace el guía le reprende con suavidad, con un acento porteño que suena a milonga montañera. En una de las paredes en que no sigue sus consejos el cliente se queda ligeramente enganchado, y le cuesta trepar por una grieta sin excesiva dificultad. El guía le ofrece su ayuda, y el cliente contesta sin maldad, pero con suficiencia: "tranquilo, puedo solo, ya te dije que tengo mucha voluntad y amor propio". Entonces el argentino le pregunta sonriendo: "¿estás seguro que se trata de eso?". Apelar a la voluntad y al coraje como factores absolutos para alcanzar un objetivo queda bonito en manuales básicos de autoayuda, pero todo el mundo en su sano juicio sabe que es una simpleza.

La Abogacía de la Comunidad Autónoma de Balears ha decidido desistir en la acusación contra Jaume Matas del delito de blanqueo de capitales en dos de las tropecientas piezas en que se ha dividido el caso Palma Arena, y se ha liado parda. He recordado la anécdota del guía argentino cuando he escuchado que al Govern, y también a la fiscalía anticorrupción, lo que les falta es valentía, coraje, voluntad, para acusar al ex-presidente de Balears por su enriquecimiento patrimonial injustificado. ¿Estamos seguros que se trata sólo de eso, de coraje y voluntad, para procesar a alguien por blanqueo de capitales? Tras diez años de escándalos por una corrupción masiva en Balears, estas es la consecuencia de confundir las informaciones periodísticas y la opinión pública, con un procedimiento penal en un Estado de Derecho.

Pensar que nuestros deseos de justicia, y la convicción generalizada de la comisión de un delito, es suficiente para condenar a un corrupto, es no saber cómo funciona un sistema judicial garantista como el nuestro. La realidad es dura. Después de años de investigaciones y el esfuerzo de decenas de funcionarios en busca de la verdad, no hay un sólo testimonio que apunte al cobro de una comisión por Matas. Resulta desolador, pero aún es peor. A diferencia de Bárcenas, Granados, o el clan Pujol, Matas ni siquiera ha tenido que inventar brillantes negocios o prodigiosas operaciones financieras para explicar los saldos millonarios de cuentas en Suiza, Bahamas o Andorra. Le ha bastado reconocer el alquiler en negro de un modesto local comercial. La Agencia Tributaria hace un click y conoce hasta el color de tu ropa interior, pero el presunto patrimonio ilícito de Matas es un espectro para Hacienda. De alguna manera se percibe su presencia, pero resulta transparente, indeterminable, y por tanto inexistente para una justicia que se aplica sobre hechos probados, no sobre convicciones personales. Matas no se irá de rositas porque el catálogo de delitos por los que está acusado es más grueso que el de Ikea, pero algún día hay que cerrar la instrucción, y en determinadas piezas no hay rastro de cohecho o blanqueo, aunque nos frustre.

Pedro Horrach ha estallado contra el cese del Director General de la Abogacía de la comunidad, Luis Segura, por "pérdida de confianza". Que alguien que ha perseguido con fiereza a Matas en cada instrucción critique con tanta contundencia el cese de un profesional del derecho que retira una acusación contra el ex-ministro, resulta muy revelador. Lo que Horrach está haciendo es reivindicar la independencia de criterio del abogado de la comunidad, claro, pero también la suya, puesta en cuestión en el caso de la Infanta Cristina por los mismos que lo elevaron a los altares cuando interrogó con saña a Matas. Horrach abandonará en breve la fiscalía anticorrupción, cuando le dejen, y a mi me gusta imaginarlo en el futuro como a Django, el personaje de Tarantino, desenfundando su verbo balístico cada vez que le acerquen un micrófono, ya sin cadenas.

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