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Eduardo Jordà

Llamando a las puertas del cielo

Viendo lo que está pasando estos días en el PSOE, me acuerdo de una de las mejores escenas que he visto en el cine. La filmó Sam Peckinpah en una mísera aldea de Durango, en México, llamada El Arenal, y a la hora de montarla le puso como música de fondo una canción de Bob Dylan, Knockin' On Heaven's Door, que es una de las cuatro o cinco mejores canciones de Dylan (y eso no es poco decir). Pues bien, en la escena se ve a un viejo sheriff al que le han metido una bala en la tripa durante una pelea con antiguos miembros de la banda de Billy the Kid. El sheriff ha participado en la pelea con su mujer que es tan dura de pelar como él, y cuando ve que la herida es muy grave, se aleja tambaleándose del lugar de la pelea y se sienta sobre una roca frente a un río. Desde la roca, el sheriff mira un segundo a su mujer la gran Kathy Jurado, que le ha seguido hasta el río y está llorando tendida en el suelo, pero el sheriff no le dice nada, sólo le dirige una mirada que sabe que va a ser la última. En la mirada no hay tristeza ni autocompasión (otro grande, Slim Pickens, interpretaba al sheriff moribundo), sino tan sólo serenidad y dolor, un dolor que no quiere manifestarse de ninguna forma que resulte vergonzosa ni humillante, y una serenidad que se sabe condenada y por eso resulta mucho más dolorosa aún. El sheriff parece decirle a su mujer: "Esto se ha acabado, pero no quiero que sufras. Hemos hecho lo que teníamos que hacer y sólo por eso podemos estar contentos. Déjame ahora. Es mejor que no me veas morir". Luego se da la vuelta y se pone a mirar el río. Y aquí termina la escena, bajo las nubes grises y las montañas desoladas, con la música de Dylan invadiéndolo todo como una marcha fúnebre improvisada allí mismo por un testigo que tuviera a mano una guitarra y una armónica y una vieja Biblia en el bolsillo.

Un partido como el PSOE se merecía un final así: digno, sereno, hermoso. Durante la guerra civil y la posguerra, miles de militantes del PSOE supieron morir con la misma serenidad del sheriff de Peckinpah, orgullosos de lo que habían hecho y de las ideas por las que habían vivido. He visto cartas de condenados a muerte llenas de dibujos para sus hijos y sus sobrinos, escritas la víspera misma de su ejecución, sin una sola palabra amarga ni una queja, sin un solo reproche, con la misma mirada de entereza con que el sheriff de Peckinpah se despedía de la vida. ¿Qué fue del espíritu que guió a esta gente? ¿Qué fue de su valentía y de su entrega? ¿Y qué ha sido de los que ahora se han apropiado de las siglas por las que ellos lucharon y murieron? ¿Y cómo es posible convertir un legado digno de una película de Peckinpah en una triste película de Ozores y Esteso jugando a ser conspiradores shakespearianos en un bingo o en un club de alterne?

Habrá que decirlo todas las veces que haga falta: el PSOE es tan necesario para este país como lo son los ríos y las montañas, y es una tragedia para todos nosotros que desaparezca o se transforme en un movimiento bananero controlado por los engañabobos de Podemos. Y en este sentido, es vergonzoso que Pablo Iglesias finja escandalizarse por lo que le ha ocurrido a Pedro Sánchez, y hable de "golpe de régimen" y de otras paparruchas por el estilo algún día tendrán que darle a este hombre un Goya de honor, cuando él mismo hizo todo lo posible para que no fuera presidente del gobierno con el programa factible que Sánchez había suscrito con Ciudadanos (y que Podemos podría haber mejorado si hubiera querido). Pero ahora resulta que uno de los políticos que más han maniobrado por apoderarse del PSOE y por destruirlo por completo se lamenta y se queja poniendo cara de profunda conmoción. Por su desvergüenza y su pésima teatralidad, esas quejas de Iglesias vendrían a ser lo mismo que si los que mataron al sheriff de Peckinpah y por la espalda se pusieran a hacer su elogio fúnebre frente a su tumba, y encima llorando y ensalzándolo sin parar. Pero estas cosas ocurren todos los días y a nadie parecen sorprender. Y peor aún, a casi todo el mundo le parecen no sólo normales sino ejemplares.

Si desaparece el PSOE, lo que nos queda es una pésima derecha enfrentada a una pésima izquierda. No hay más. Los que cobraron sobresueldos frente a los guardias rojos de Twitter, los burócratas que no tienen ninguna sensibilidad social frente a los que prometen cosas que cualquier persona con dos dedos de frente sabe que son imposibles. Si las cosas siguen así, quizá nos merezcamos una mayoría absoluta, sí, pero del Partido Animalista. Y entonces si que será mejor que todos nos pongamos a llamar a las puertas del cielo.

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