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Daniel Capó

Un PSOE roto

El mayor problema político de la España actual reside en la profunda crisis que asola al PSOE, cuya carcoma ha empezado a afectar la estructura del Estado. La sombra del zapaterismo se extiende como una mancha, desvinculando frívolamente al socialismo español de su raíz modernizadora. El PSOE ha sido el gran partido transversal de la democracia española y, por tanto, también el que impulsó con más ímpetu la europeización de nuestra sociedad. Sin embargo, el zapaterismo con sus virtudes, que también las tuvo supuso una relectura de la Transición española que ha acabado por perjudicar no sólo al propio partido socialista sino a la narrativa central del país. Con la recuperación económica encauzada a pesar de que los nubarrones de una nueva recesión en 2017 pueden estar a la vuelta de la esquina, el relativo apaciguamiento de la situación territorial hasta que se convoque un nuevo referéndum y el giro electoral hacia una mayor estabilidad parlamentaria, sólo la ausencia de gobierno enturbia la normalización de la política española. El PP juega con la ventaja del poder, la creación de empleo y el hartazgo que termina provocando la prolongada inestabilidad. El PSOE, en cambio, se debate entre dos opciones antagónicas que lo empujan a un callejón sin salida: girar decididamente hacia el populismo podemita, rompiendo de este modo con su tradición de partido modernizador y europeísta, o apoyar vía una abstención activa la opción transversal de una gran coalición reformista. Para la segunda alternativa, los socialistas contaban con un aliado ideal, Ciudadanos, que podía ejercer la función de bisagra. Se trataba de pactar a cambio de medidas reformistas y modernizadoras, recuperando el discurso pactista de la Transición, ahormado por un relevo generacional. Con una negociación consecuente, el mensaje habría sido claro y decisivo. Hubiera demostrado, para empezar, que el mito de las distintas Españas no funciona en una democracia consolidada y que la perfidia de las demonizaciones alimenta la retórica demagógica, pero no permite gobernar.

El empecinamiento del PSOE en el "no es no", frente a lo que dicta la tradición parlamentaria de la UE, requerirá de explicaciones adicionales en el futuro que ahora sólo podemos intuir. ¿Ha sido la particular psicología de Pedro Sánchez? ¿El terror cerval al sorpasso desde la extrema izquierda? ¿Las tensiones territoriales entre las distintas almas autonómicas del partido socialista? No resultan preguntas fáciles y, sobre todo, carecemos de respuestas definitivas. A pesar de la evidente erosión del bipartidismo en España, el PSOE ha sido el gran damnificado por la eclosión de la nueva política, mientras que los conservadores parecen ir recuperando su posición de privilegio en el centro derecha. Mal aconsejado, Sánchez ha elegido una altiva defensa numantina que ha supuesto un fracaso detrás de otro, sin ser capaz de articular otra alternativa creíble a la gran coalición que el descrédito de unas terceras elecciones. Tras el dedo acusador de Felipe González este miércoles en la SER y las dimisiones en la ejecutiva de su partido, al secretario general solo le queda dimitir, mejor pronto que tarde. Asfixiado por sus continuos errores, su posición es la de un jaque mate. Ahora cabe preguntarse qué se habría podido conseguir en términos de regeneración democrática, de políticas de Estado y de bienestar social si el PSOE se hubiera aprestado a pactar una gran coalición. Siempre es mucho mejor liderar los cambios que caer víctima de ellos. Y España que nadie lo dude necesita un partido socialista fuerte, firme y creíble.

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