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Ramón Aguiló

Escrito sin red

Ramón Aguiló

La causa, el efecto

Cuando no está planteada, sino en curso, la batalla a muerte en el PSOE entre un secretario general cuyo única esperanza de supervivencia es la huida acelerada hacia delante, aunque sea hacia la nada, y los sabuesos que no dirigen sus dentelladas a sus canillas sino a la arteria carótida que puede acabar con aquélla, cabe preguntarse si va a provocar la más grave crisis del Estado o si es la crisis del Estado que arrastramos desde que la corrupción y la degeneración partitocrática se hizo patente e inyectó anfetamina ideológica al nacionalismo, y tiene como consecuencia la deflagración incontrolada del PSOE.

Si creyéramos que se trata de la primera opción, podríamos pensar que muerto el perro se acabó la rabia. Se cambia el secretario general del PSOE; se dirige el partido de acuerdo con la premisa de lo razonable; se evita la locura de las terceras elecciones; se normaliza la situación estatal con un gobierno del PP y la oposición vigilante del PSOE para hacer cumplir las condiciones establecidas para posibilitar el único gobierno posible, con o sin Rajoy; y se reestructuran las alianzas de ayuntamientos y gobiernos autónomos, bien manteniendo la alianza con Podemos bien sustituyendo su apoyo por el del PP. Si colapsan los gobiernos presididos por el PSOE, colapsan los ayuntamientos presididos por Podemos como el de Madrid. Podemos podría quedar fuera del poder y comprometer su apuesta por el ejemplo de otra forma de gobernar.

Si creyéramos que se trata de la segunda consideración (hay razones para pensar así), estaríamos en la segunda fase del proceso de crisis del Estado que comienza con la irrupción en la vida política de Podemos y Ciudadanos y la eclosión del nacionalismo en Cataluña. Como sea que concluya la carnicería que se anuncia en el PSOE, no va a concluir la inestabilidad política y la crisis del Estado, que van a continuar hasta que se recomponga la representación política. No va a disiparse la tensión política en el centro-izquierda si Susana Díaz reemplaza a Sánchez, por mucho que el PSOE pueda mantener una estrategia política menos errática. Ni lo va a hacer en el centro derecha, porque la decisión por el mal menor de Rajoy, que puede ser digerida ante el riesgo de inestabilidad y de inseguridad que ofrece la extrema-izquierda de Podemos (aliada con el nacionalismo secesionista, tentando a un Sánchez que, llegado adonde ha llegado por un cúmulo de circunstancias azarosas, no se resigna a volver a ser nada), no es aceptable para las nuevas generaciones liberales que exigen limpieza, competencia y meritocracia.

Lo más dinámico de la juventud, que reclama su puesto en el mundo, ya ha asimilado que los partidos no son sino unas monstruosas agencias de colocación para organizar el clientelismo y asegurar el poder de las cúpulas. Unas cúpulas corruptas que no quieren asumir ningún riesgo y que mantienen empantanado al país. Cambian su discurso no en función de las circunstancias cambiantes de la economía mundial que trastocan los supuestos económicos del país o de los principios éticos que proclaman, sino de su propia conservación. ¿Cómo interpretar si no la politización de la justicia y los aforamientos, la protección en el Senado a Rita Barberá, los ataques a la juez de los ordenadores de Bárcenas, el nombramiento de Soria para el Banco Mundial?¿Cómo interpretar que Sánchez dijera hace un año que había que hacer como en Inglaterra, si uno pierde elecciones debe dimitir, y aguanta, aferrado al sillón, después de perder las autonómicas, las municipales, las del 20D, las del 26J, para volver a ser candidato en unas indeseables terceras elecciones generales?

El PSOE, ante el desastre iniciado con la derrota en las elecciones de 1996 y el malestar interno provocado por el pase a la oposición, en lugar de iniciar el camino de entregar el poder a los ciudadanos, tuvo la ocurrencia de las primarias, "porque parecía más democrático", cuando era una medida propia de sistemas mayoritarios de circunscripción uninominal como el americano, donde son los ciudadanos los que cumplen la función de seleccionar los cargos políticos de los partidos antes de la selección de los gobernantes. Introdujeron una medida coherente con un sistema de representación a otro sistema de representación diferente, el propio de los partidos decimonónicos, donde el aparato partidario es el que confecciona el programa y las listas que se ofrecen a los ciudadanos. Y crearon un sistema caótico de legitimidades diferenciadas que han provocado desde bicefalias (Almunia, Borrell) hasta la tentación de líder providencial izquierdista (Sánchez, que representa los valores socialistas y sataniza a Rajoy), que se relaciona directamente con las bases sin los engorros de los controles democráticos internos (los perversos barones, atentos sólo a sus intereses personales y que adoran a Rajoy). Nada hay más fácil de manipular que una asamblea de facultad o unas primarias que duran una semana; en EE UU duran meses y meses de confrontación y debates entre candidatos diferentes. He visto demagogia de todas clases; soflamas incendiarias de autodenominados izquierdistas, en la UGT o en el PSOE, que terminaron como directores comerciales de grandes empresas públicas con sueldos supermillonarios. Y si te he visto no me acuerdo.

Sánchez es una criatura de Susana Díaz que ante la imposibilidad de ser nombrada por aclamación secretaria general debido a la exigencia de primarias por Madina, apoyó a Sánchez; con la condición de que no suponía la condición de candidato a presidente. Es destino de algunas criaturas alzarse contra su creador. Sánchez incumplió sus compromisos y empezó a actuar como un botarate. Pedía la supresión del ministerio de Defensa o funerales de Estado para las víctimas de violencia de género o un Estado federal asimétrico o el reconocimiento institucional de Cataluña como nación. Creyó ser secretario general por méritos propios cuando lo fue por las conveniencias de la baronesa del sur. Con los resortes de la secretaría general y la brigada desestabilizadora de Luena ha perpetrado el más sangrante sectarismo desde el poder, con el objetivo de masacrar a quienes le auparon y se han atrevido a cuestionarle (al bueno de Fernández Vara le han insultado del derecho y del revés). Para ello ha contado con dos peones partidarios del inexistente derecho a decidir y de contemporizar con el nacionalismo secesionista: Iceta y Armengol, dos perdedores que nunca han ganado una elección. El primero, ofreció un ridículo y patético espectáculo de gritos histéricos en la fiesta de la rosa, la segunda, aupada a la presidencia de Balears por el voto soberanista de Més y el antisistema de Podemos. También, a última hora, del propio Podemos, dinamitando el pacto en Castilla La Mancha con otro barón crítico. Felipe González ha dejado en evidencia la inmensa frivolidad de un izquierdista más falso que un duro sevillano. Si vamos a terceras elecciones, si Sánchez sigue, con un PSOE en situación de cisma, Rajoy y el PP tienen asegurada una más contundente victoria.

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