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Norberto Alcover

El cansancio de la impotencia

Tras la aparición de mi artículo anterior sobre "la enfermedad europea", algunos amigos y una excelente amiga me han comentado la exageración de mi negativismo al valorar los malestares de la Europa actual. ¿Por qué no haces parada y fonda, me dice ella, en el manifiesto boom de la creatividad, superior al de muchos años atrás? Y añade el hecho de que vivimos una auténtica democratización de todas las expresiones artísticas, incluso literarias. Tras escucharla, y no menos escucharlos, me he quedado frío. Para nada me percibo como negativista en general, y mucho menos a la hora de enjuiciar nuestra Europa. Pero la verdad es la verdad, e insisto en que nuestra desvalorización nos está pasando una tremenda factura: la factura del vaciamiento intelectual y conceptual.

Será otra Europa pero jamás la creadora y reflexiva de la magnífica segunda mitad del siglo veinte. Será una Europa digital y virtual. Todo lo contrario, por ejemplo, al neorrealismo italiano, en cine, y a la gran narrativa norteamericana, en literatura. En cuanto al arte, la desfiguración rampante ha hecho de la figuratividad una molestia histórica, llevándose consigo, por ejemplo a un tal Velázquez. No, les he respondido, nada de negativismo, solamente un realismo que no deja de hundirme en una feroz inquietud cultural. Otra cosa es que emerjan productos llamativos, siempre en la línea del pop y secuelas. Pero han desaparecido el culto a la solidez, la formalidad precisa, y sobre todo, el tempus/literario. Es otra cuestión. Otra forma de ver la vida. Una especie de traslación desde la dramaturgia al saltimbanquismo más vaporoso. El culto a la sinrazón y al espectáculo. Una Europa sin fundamento.

Pues bien, en estas estamos cuando leo una entrevista a Rafael Argullol. Un tipo de enorme seriedad pero también pluricultural en la medida en que toca todos los instrumentos de la sinfonía literaria, y en estos momentos nos comenta que está preparando una ópera para el Liceo. Le preguntan: "¿Cuáles son, a su juicio, los síntomas de la enfermedad de la creación?". Y responde: "La multiplicación de las ideas y una especie de cansancio ante la posibilidad de realizarlas". Entonces, caigo en la cuenta de que el amigo Argullol utiliza las palabras precisas que me hubiera gustado encontrar a mí: ideas y cansancio. Cansancio de tenerlas cada vez con mayor frecuencia por su repetitividad en los medios, pero no menos un mayor cansancio todavía ante la imposibilidad de "actuar" esas mismas ideas. Una especie de "inoperancia utópica". Algo que uno mismo siente al ponerse semanalmente a escribir para ustedes. Cansancio de ideas alejadas de cualquier procedimiento práctico, de tal manera que la necesaria utopía se desvanece al preguntarme para qué escribir en una sociedad sin una creatividad consistente. Enfermedad todavía más profunda que la comentada hace una semana. Si la ausencia de axiología europea es atosigante, no lo es menos el cansancio por la inacción de las ideas y la pérdida práctica de las utopías. Puede que una cosa suceda a la otra.

Por ejemplo, como comenta el mismo Argullol, ¿tiene sentido ese menosprecio de la filosofía en los curriculums universitarios y previamente en los secundarios? ¿No la necesitamos o es que nos produce pavor? Porque uno, con un pelín de mala intención reflexiva, piensa que el problema no reside en la ausencia de esta saludable materia, antes bien en la catadura de los que la han llevado al degolladero. Alguien que menosprecia la filosofía es alguien que pasa del juicio crítico no solamente cultural porque también político y social. Y esto ha sucedido pero ni levanta ampollas, ni preocupa hasta manifestarnos por las calles, ni mucho menos percibo que repercuta en las pasiones de la mayoría de los enseñantes. Pero, me añado, entre la filosofía como arte del pensar y la tecnología como mecánica de antisoledad y de poder, no hay color. Es decir, estamos ante una tercera enfermedad: la muerte anunciada de la creatividad.

Claro está que volverán a llamarme mis amigos y mi amiga, pero ojalá hayan comprendido, por medio de esta segunda entrega, la verdad escondida en la aparente negatividad. La verdad oscura de una situación vaciada de acción utópica. Es decir, de esperanza. Algo sin importancia, ya saben.

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