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Antonio Papell

El PSOE, en su encrucijada

Las del pasado domingo fueron las primeras elecciones autonómicas en Galicia y en el País Vasco después de la formación de Podemos y su irrupción potente en la política española. En las generales del 26J, Podemos ganó las elecciones en Euskadi con el 29,05% de los votos y logró en Galicia el 22,18% del total de los sufragios. Era pues del todo evidente que el PSOE reduciría el 25S la representación que obtuvo en 2012 en ambas comunidades. Y eso es efectivamente lo que ha ocurrido, como era fácil de presagiar y las encuestas preveían con bastante realismo: El Partido Socialista ha bajado 7 puntos en Euskadi y 3 en Galicia. La responsabilidad objetiva del descenso es de Pedro Sánchez, pero nadie medianamente informado puede pensar que la culpa es exclusivamente suya o que cualquier otro secretario general hubiera sido capaz de impedir prodigiosamente que el éxito de Podemos no afectase al PSOE en las dos autonomías periféricas.

Así las cosas, resulta que el afán de los críticos por derribar a Sánchez no se debe a "los malos resultados" sino a otras causas. Los Page y los Lambán faltan a la verdad cuando justifican su injustificable marrullería, que tiene mucho más de ambición personal y de afán de mangoneo en el partido que de preocupación por el rumbo del PSOE y la calidad del servicio que presta a la sociedad. Ha sido muy relevante el gesto de Podemos de romper su colaboración con Page en CastillaLa Mancha tras la indecorosa conducta de éste, que gobierna gracias a Podemos y que se muestra contrario a cualquier alianza con los de Pablo Iglesias en el Estado y condescendiente con la idea de facilitar la investidura de Rajoy. ¿Dónde están la coherencia personal y el sentido de la orientación de este personaje?

En estas circunstancias, para acabar con el guirigay, Pedro Sánchez no ha tenido más remedio que convocar el congreso ordinario del PSOE, precedido por las primarias obligatorias que entronicen al secretario general. La otra opción era abrir una guerra interna sin cuartel, que desangraría definitivamente el partido a la vista de todos. Y vaya por delante que la objeción que plantean los críticos, la de que no es razonable que el PSOE emprenda esta tarea introspectiva cuando el país está en carne viva, no es de recibo: si el país toleró sin quebrarse el espectáculo de la denigración pública de la cúpula socialista por los críticos en vísperas de las elecciones autonómicas, tolerará también sin descomponerse que los criterios de democracia interna resuelvan (en la medida de lo posible) el problema del PSOE.

Cuando se escriben estas líneas, no hay pistas todavía sobre quiénes serán los candidatos que disputen a Sánchez la primacía el 23 de octubre, pero no es difícil aventurar que, después de la deriva experimentada por el aparato socialista, resulta muy difícil de creer que quien se erija con el liderazgo Pedro Sánchez u otra persona suscite el respeto democrático que en teoría deben proporcionar las primarias. El deporte de la caza del líder que ha tenido lugar en los últimos meses ha sentado un precedente que arroja las sombras más pesimistas sobre el futuro del PSOE.

De momento, este PSOE descompuesto está además enfrentado a cara de perro con Podemos la ruptura por Podemos del acuerdo de investidura de Page es coherente con esta situación, formación que también tiene una seria fractura interior sin resolver. Esta situación conduce irremisiblemente a un desenlace: la hegemonía a medio plazo de la derecha, cuya gran formación se está liberando poco a poco del hostigamiento de Ciudadanos. La argumentación de Feijóo para que los gallegos no votasen a C's ha sido, además de eficaz, memorable, y marca la pauta de una nueva era de predominio conservador...

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