Enseguida que llegué a la ciudad de Tokio me di cuenta, de que ésta, como el resto de las ciudades que vería después, tenía algo diferente a todas las que he visitado en otros países. Fui consciente de ello en el mismo momento que busqué una papelera para tirar mi botella de agua vacía ¡era la limpieza lo que me había sorprendido tanto! No había manera de encontrar una papelera en ninguna parte y, desde luego, el suelo impoluto no invitaba a dejarla "olvidada" El suelo, ese enorme espacio sin barreras que en muchas partes del mundo se toma como papelera, o más bien como basurero individual y colectivo. Mi barrio, sin ir más lejos.

Parece una contradicción, ¿cómo va a ser una ciudad limpia, si no hay papeleras ni nada que se le parezca para tirar la basura? Esa pregunta no me la pude contestar enseguida. De hecho, me llevó varias semanas de trabajo de observar, de preguntar y, sobre todo, de experimentar los distintos aspectos que ello incluye en la vida cotidiana. Eso sí, desde el primer momento, en el que tuve que hacerme responsable de gestionar mi botella vacía, mi propia basura, comprendí que el concepto de limpieza va ligado de forma ineludible al de responsabilidad individual sobre la misma.

La limpieza forma parte de un modelo de vida que discurre incorporado al kit educativo nipón. Es un concepto amplio que abarca el autocuidado personal, el cuidado y la limpieza del entorno propio y el espacio comunitario. El misterio de la basura desaparecida va ligado a la responsabilidad cotidiana de los ciudadanos sobre la misma. La magia de la limpieza, a su vez, tiene que ver con el aprecio y el respeto por uno mismo y por el otro. Es un ejercicio de respeto por el bien común como costumbre, como forma de vida, como meta. Como convención y visión del mundo.

En Japón no hay papeleras como no hay contenedores. Sin embargo, no hay basura de ningún tipo en el suelo, o descuidada en los bancos, o "escondida" en alguna esquina o amontonada en alguna parte. Tampoco hay trastos abandonados en ningún lugar? Además, y aunque parezca raro, se puede andar por la calle tranquilamente, sin tener que sortear las huellas antiguas o recientes de las mascotas.

La clave, el origen de ello está en el modelo educativo. Aquello que decimos muchas veces en las aulas de que para educar, tanto en un sentido como en su contrario, se necesita a un pueblo. El secreto incluye incorporar "lo nuestro", versus "lo mío" en todos los espacios educativos de que disponemos en nuestro recorrido educativo. Lo demás, el asunto de las papeleras o de los contenedores, al que me refería antes, es una cuestión más sencilla. Es llevar a cabo las acciones educativas, estructurales y presupuestarias necesarias para facilitar que la ciudadanía pueda ejercer ese compromiso de cuidar lo nuestro, que es también lo suyo y lo mío. Son cuestiones informativas, organizativas, de gestión de los espacios públicos, de disponer de mobiliario comunitario adecuado, que funcione, que este limpio. Pero, desde mi punto de vista, es una cuestión de fondo que tiene que ver con aspiraciones colectivas, con necesidades compartidas y con la creación de una nueva identidad más acorde con la meta del bien común.

¿Apareció por fin la basura? Sí, claro, me costó pero finalmente la encontré. Pulcramente organizada, con el contenido pactado, en bolsas de color azul bien cerradas. Estaban en un lugar discreto de la calle, a una hora prudente y convenida. Listas, sin mediar mucho tiempo, para ser recogidas con esmero, sin ruido y con eficacia.

*Catedrática en la Universidad de las Islas Baleares