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Eduardo Jordà

Las siete esquinas

Eduardo Jordá

Los tres que no lo hicieron

Todo el mundo habla de Rato y Blesa, aunque ninguno de nosotros sabe lo que habría llegado a hacer si hubiera estado en el mismo lugar

Sabemos bastantes cosas de los 65 consejeros de Caja Madrid y de Bankia que se gastaron quince millones de euros en viajes, restaurantes, floristerías, zapaterías, tiendas de lencería o esos locales que la prosa administrativa denomina "de ocio nocturno", aunque su nombre callejero suele ser bastante más explícito. Sabemos sus nombres, sus cargos, sus adscripciones políticas, todo eso, sobre todo de los dos acusados más importantes, Miguel Blesa y Rodrigo Rato. Pero casi no sabemos nada de los cuatro consejeros que no utilizaron la tarjeta, a pesar de que podían hacerlo y de que sabían (al menos en aquel momento) que nadie les iba a pedir cuentas de lo que hicieran. Es cierto que cuatro personas son muy pocas frente a las 65 restantes „apenas representan un 6% del total„, pero esos cuatro consejeros tuvieron la oportunidad de usar las tarjetas "opacas" y no lo hicieron. ¿Por qué? Los politólogos y los dogmáticos buscarán razones sociológicas y políticas, pero la única razón de esa conducta se esconde en el fondo de la psique humana. Y si esas cuatro personas no usaron las tarjetas cuando podrían haberlo hecho, fue porque hubo algo en su fuero interno „el sentido del deber, o un poso intacto de decencia, o eso que Kant llamaba el "imperativo categórico" de toda conciencia„ que les impulsó a no tocar un dinero que no consideraban suyo. Y repito que lo hicieron cuando nadie les estaba controlando lo que hacían; es decir, en esos momentos esenciales de la vida „ésos en que cada uno de nosotros descubre quién es„ en que uno se ve expuesto a un grave dilema moral y elige la opción más difícil. Y en vez de hacer lo que haría casi todo el mundo, uno toma la extraña, la inexplicable decisión de hacer lo que uno imagina que no está haciendo nadie más: no gastar un dinero que está a su disposición, con lo que está dejando de aprovechar una oportunidad que sólo un tonto „como dirían sus compañeros del consejo de Bankia„ dejaría escapar.

Por lo que he leído „y por desgracia hay poca información sobre esas cuatro personas„, unos se negaron a usar la tarjeta porque ya se consideraban lo suficientemente bien retribuidos. Y otros porque no la veían del todo legal o les inspiraba desconfianza (esos escrúpulos no afectaron, que conste, a dos consejeros que habían sido Secretarios de Estado de Hacienda con el PP y que deberían haberse olido que aquellas tarjetas eran muy poco "legales"). Pero lo importante es que esas cuatro personas no usaron la tarjeta cuando podían haberlo hecho. Imagino que en las reuniones del banco oían hablar a los demás consejeros de lo bien que se lo habían pasado en aquel restaurante tan coqueto (a 450 euros la cuenta), o en aquella tienda de licores donde se detuvieron a comprar unas botellas de champán francés (poca cosa, un Armand de Brignac brut), o de aquel viaje que hicieron a cazar osos en un selecto coto de caza de los Urales. Porque uno imagina que estas cosas son las que se cuentan en las pausas de las aburridas reuniones de trabajo en que sólo se habla de cifras y de créditos. Y aun así, esos cuatro consejeros no lo hicieron. Supongo que alguna vez llegaron a preguntarse por qué no usaban la maldita tarjeta y por qué no hacían lo que hacían todos los demás, pero al final decidieron que iban a seguir haciendo lo que les parecía más honrado. En nuestra sociedad el mal siempre despierta mucho más interés que el bien (o que la decencia, o que la simple honestidad), así que todo el mundo habla de Rato y Blesa, insultándolos y humillándolos, aunque ninguno de nosotros sabe lo que habría llegado a hacer si hubiera estado en el mismo lugar en que estuvieron ellos. Y en cambio, casi nadie se acuerda de esas cuatro personas que pudieron haber hecho algo muy turbio y muy lucrativo „aunque en apariencia fuese perfectamente legal„ y a pesar de todo no lo hicieron.

De esos consejeros, uno era de la UGT y se llamaba Félix Sánchez Acal. Otro era un directivo bancario llamado Íñigo Aldaz. Otro se llamaba Esteban Tejera (ahora es director de Mapfre). Y otro era Francisco Verdú (aunque éste último, nombrado por Rodrigo Rato, parece que no usó la tarjeta porque tuvo que dimitir por una denuncia previa). Si es así, nos quedamos con tres consejeros decentes, es decir, el 4,6% del total, todavía menos que antes. Pero aun así, a mí me parecen muchos. Es muy tentador tener la oportunidad de gastarte 200.000 euros „o 400.000„ en caprichitos que nadie te va a reclamar, o que te justifican como compensaciones por tu trabajo (un trabajo, por lo demás, para el que casi ninguno de los consejeros parecía especialmente preparado). ¿Quién puede resistirse a eso? Todos los demás consejeros se dejaron llevar, pero ellos no. Desde aquí les presento mis respetos.

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