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Eduardo Jordà

¡Eres un Bernstein!

Durante un debate en una asamblea estudiantil, en Palma, en los últimos años del franquismo, un estudiante se puso en pie, señaló con el índice a otro estudiante que acababa de intervenir en la asamblea, y le gritó furioso mientras hacía un terrible gesto de asco, como si tuviera delante un cesto de anguilas podridas:

-¡Cállate ya, traidor revisionista! ¡Eres un Bernstein!

De pronto se hizo el silencio. El estudiante señalado con el dedo, el que había recibido la acusación de ser un Bernstein no un Frankenstein, no, sino un Bernstein, se puso pálido, agachó la cabeza y abandonó abochornado el salón de actos de la Facultad. Ninguno de nosotros sabía quién era aquel misterioso Bernstein, pero las palabras que acompañaban la acusación del otro estudiante "traidor revisionista" anunciaban lo peor. En aquellos años de delirio ideológico, traidor revisionista o sus correlatos, "desviacionista", "posibilista", "reformista" era una acusación terrible. Cualquiera de nosotros, los dóciles marxistas que intentábamos aprendernos el catecismo de Marta Harnecker, podríamos haber soportado impertérritos que nos acusaran de ser ladrones o incluso asesinos. Pero la acusación de ser un "traidor revisionista" superaba todo lo imaginable. Ser un traidor revisionista significaba ser un vendido al capital y un partidario de las reformas graduales. O dicho de otro modo, suponía ser un defensor de las tibias ideas socialdemócratas de Eduard Bernstein, aquel político alemán que se atrevió a poner en tela de juicio los dogmas de Marx y Lenin y aceptó la democracia parlamentaria y el reformismo del sistema capitalista. Y encima era judío, el pobre. "¡Cállate ya, Bernstein!"

Por una de esas piruetas perversas de la historia, todo el mundo sabe quiénes fueron Marx y Lenin y el Che Guevara o Fidel Castro y Hugo Chávez, pero casi nadie sabe quiénes fueron Eduard Bernstein o Jean Jaurès, los dos grandes teóricos de la socialdemocracia y quizá o sin quizá los más grandes líderes políticos de la izquierda del siglo XX. Si existe el Estado del Bienestar en Europa, si muchos países europeos han alcanzado algo muy parecido a la justicia y a la igualdad de oportunidades aunque ahora nadie parezca querer acordarse de nada, todo se debe a estos dos políticos socialistas que apenas nadie conoce. Jaurès se opuso a la guerra del 14 y esa oposición le costó la vida, porque lo mató un fervoroso nacionalista de extrema derecha. Aunque Jaurès era un jacobino partidario de la indivisibilidad de Francia, quería introducir el estudio del bretón y el occitano y el catalán en las escuelas francesas, y también defendía una mayor autonomía para las diversas regiones francesas (cosa que lo diferenciaba de todos los políticos de su época). Bernstein, por su parte, tenía un gigantesco talento filosófico y económico, ya que consiguió desmontar todos los argumentos de Marx en un momento en que se consideraban un dogma inamovible. De hecho, la acusación de revisionismo contra el pobre Bernstein "¡Cállate, Bernstein!" venía precisamente de su atrevimiento a revisar, uno por uno, todos los dogmas de Marx.

¿Siguen existiendo ahora las diferencias entre los nuevos Bernstein y los que les acusan de ser traidores y revisionistas? Por supuesto que sí. Y la prueba está en las peleas entre Podemos y el PSOE, es decir, entre los herederos de los viejos dogmas de Marx y los herederos del revisionismo de Bernstein. Por mucho que digan, por mucho que finjan, el desprecio y el odio siguen existiendo y son tan potentes como lo eran en la época de las asambleas estudiantiles de la Transición (en realidad, Podemos es una especie de asamblea estudiantil "vintage" de los últimos años del franquismo, sólo que con smartphones). Podemos o mejor dicho, Pablo Iglesias y su núcleo duro aspiran a destruir el sistema, y por eso prefieren aliarse con los independentistas, tal vez con la esperanza de proclamar algún día una república (aunque de esa república se desgajen Cataluña y Euskadi). Y mientras tanto, el PSOE o al menos las mejores cabezas del PSOE, que no son la de Sánchez prefiere moverse dentro del realismo y del posibilismo. En estas condiciones, es muy difícil que surja alguna clase de acuerdo viable. Tarde o temprano, algún fanático de la pureza revolucionaria acabará gritando: "¡Cállate ya, traidor revisionista! ¡Eres un Bernstein!"

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