Diario de Mallorca

Diario de Mallorca

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Bailando

La otra noche estuve bailando durante muchas horas. No las conté, pero fueron muchas horas bailando sin parar. Tal confesión puede parecerles a ustedes una frivolidad. Sin embargo, no nos apresuremos a emitir juicios. Mientras bailaba, recuerdo haber dedicado unos minutos al artículo que tenía entre manos. Por descontado, el tema de dicha columna acabó arrasado por el meneo. Y así está bien, pues ahora compruebo que nada mejor que un buen baile para disolver atascos y para desanudar nudos. Bailar es la gran liberación. De entrada, mientras uno está en plena y casi mística danza, sortea conversaciones anodinas, de puro y duro compromiso. Los imbéciles quedan desactivados. Nada peor y más triste que permanecer estático, copa en mano, viendo cómo bailan los demás. Bailar nos hace más intensos, pero también más ligeros y despreocupados, en fin, mucho más bellos. Cuando uno, más o menos, está dominando la pista no puede evitar acercarse al DJ de turno para solicitarle temas, canciones que nos conmuevan y nos muevan. Si el DJ es un tipo legal, accederá a las demandas, siempre con un gesto de condescendencia no exento de cierto paternalismo. No en vano, los bailarines hemos estado pimplando de lo lindo y, sin duda, nos volvemos seres pesados, de una insistencia muy adolescente. Eso sí, es conveniente ser consciente de ello, saber, en definitiva, que uno está siendo el típico bailongo que a medida que va transcurriendo la noche va exigiendo canciones imposibles. En cualquier caso, que siga la fiesta, ya que a estas alturas del partido uno está dispuesto a bailar incluso el silencio. Son unas horas en las que todo es bailable, incluso la rotura de un vaso es un efecto percusivo la mar de interesante.

Los que resistimos en la pista, en la terraza o en la era, acabamos conformando una suerte de cofradía, un grupo que se sustenta no en la amistad ni siquiera nos conocemos sino en el hecho de compartir un espacio bailable, si así puede decirse. Se crean vínculos curiosos, que no puede darnos la conversación más jugosa. Cuando superamos el par de horas de danza, es cuando comienza el espectáculo de los cuerpos, que ya empiezan a desestructurarse, a parodiar, a reírse de sí mismos, cosa ésta sumamente saludable y a todas luces necesaria. Sí, en ocasiones comienza la risa floja y contagiosa, y es cuando el baile en sí se convierte en una carcajada de euforia. En este punto, el baile es sinónimo de felicidad. Cruzamos fugazmente las miradas y, en el acto, nos entendemos. Todo un ejercicio de seducción que nos mantiene vivos.

Pero no se crean que me estaba olvidando de ustedes. Mientras bailaba e iba perdiendo kilos, mi cerebro andaba buscando temas para un artículo más o menos decente. Desfilaron por mi cabeza los candidatos eternos a la nada y esas terceras elecciones. Pensé en la honestidad de la abstención, en mandarlos a? ya me entienden. El horror, el horror, que diría Kurtz. También pensé en el escritor Pérez Andújar y su pregón barcelonés. De hecho, mientras bailaba iba pensando en el papel del pregonero. Palabra que detesto. Que pregone Rita. La gran parodia del baile es bailar aceleradamente baladas y, a la inversa, moverse con extrema lentitud y suavidad temas electrizantes. La cuestión es reírse de uno mismo y del mundo entero.

Mientras tanto, el DJ iba accediendo a mis peticiones, desde Parálisis Permanente hasta The Smiths, y ya para rematar la faena del cachondeo, incluso Raphael. El asunto, como ven, era convertir aquella danza colectiva en un escándalo. El artículo se iba resistiendo. No era fácil dar con un tema que valiera la pena. Pues también pensé que si me ponía hondo y analítico, tampoco arreglaría gran cosa y el mundo, indiferente a mis quejas y anhelos, continuaría su ruta hacia el absurdo. Si me ponía crítico con un punto de acidez, entonces echaría a perder ese baile para entrar en disquisiciones que no venían a cuento, corriendo el riesgo de caer en la pesadez, y ya saben que desde Lipovetski no conviene ponernos demasiado densos y profundos. La ligereza, ése podía ser el tema del sábado. Lo fluido, la ausencia de lastre. Lo bueno es ligero y todo lo divino camina con pies delicados, que decía Nietzsche, siempre tan a mano, siempre tan amigo. Al final, el DJ dijo basta, hasta aquí hemos llegado y remató su gran faena con un tema de Radiohead que el bailarín desaforado, es decir, un servidor, escuchó tumbado contemplando la luna llena. Satisfecho por el placer cumplido.

Compartir el artículo

stats