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Sicília amb mortes

Cuando una decide viajar a Sicilia en sus vacaciones, lo hace sin demasiadas expectativas de que algo le sorprenda. Al fin y al cabo, como dice Guillem Frontera, esto es Sicilia sin muertos. Y una ya está acostumbrada a vivir aquí. Así que no es muy impactante ver las calles de Palermo llenas de basura, con contenedores a rebosar a los lados de la carretera cuando se pasea habitualmente por Pere Garau. Asimismo, Corleone sólo te arranca una media sonrisa cuando te das cuenta que haber sido la cuna de la mafia es un filón comercial. Con souvenires repletos de bolígrafos o delantales estampados con la cara de Marlon Brando o Al Pacino. Y los turistas, que somos así, nos acabamos llevando uno porque al final la mafia no deja de ser para nosotros lo que hemos visto en la trilogía de El padrino, o en Uno de los nuestros. Hasta que te paras a tomar un café y a observar a uno de los viejos que se pasa la mañana sentado en una esquina de la plaza del ayuntamiento. Y empiezas a pensar que seguramente vivió algunos de los años en que lo que hoy son bolígrafos y ceniceros antes eran cadáveres. Y te preguntas si con su omertá no fue también cómplice. Lo mismo que aquí ahora se hacen fotos en la rampa de los imputados cuestionándose si a alguno de nosotros le pareció mal en su momento que Urdangarin organizase eventos deportivos en Palma.

Más allá de eso, Sicilia es el valle de los templos de Agrigento, las maravillas barrocas de Siracusa, los parques naturales o el Stromboli en erupción. Si he de confesarles algo, esperaba que la noticia que me sorprendiera durante mis vacaciones fuera que por fin hemos conseguido formar gobierno. Pero yo diría que como pitonisa no tengo futuro, porque se ve que una tal Rita Barberá que debe ser senadora por el Frente Popular de Judea, ya que lo único que parece haber quedado claro es que no tiene relación alguna con el PP ha complicado las cosas aferrándose a su sillón. Así que me encontré con otro desagradable chasco: el suicidio de una chica italiana ante el acoso sufrido en las redes sociales después de que su ex novio difundiese un vídeo suyo de índole sexual.

No vamos a descubrir aquí la mal entendida libertad con la que algunos opinan, difaman o insultan a través de las redes sociales. Sin argumentar en más de 140 caracteres, manipulando y distorsionando el contenido de un artículo, un vídeo o lo que sea escondidos tras el anonimato de un nombre falso y la foto de un animal. Alimentando polémicas que tratan de avivar etiquetando perfiles con muchos seguidores. Mucho ruido, pocas nueces. Pero lo importante es el ruido. Si es estruendo, mejor. No es difícil imaginar el infierno en que se convirtió la vida de la joven por cierto, también sobre ella se hicieron camisetas y souvenires.

Pensaba en ella al recordar que en una de las playas del sur de Sicilia conviene no olvidar que la chica era napolitana, demasiado cerca para ser casualidad un señor con bañador estrecho y corto me reprendió por haberme quitado la parte de arriba del bikini. Al parecer, a su barriga, a su anatomía perfectamente marcada por su atuendo, a su cerebro de mosquito y a su puritanismo les ofendía la simple visión de unos pechos en la playa. Como al "señor" que decidió agredir a una chica en Turquía porque le parecieron mal sus pantalones cortos. No me he negado jamás a cubrirme las piernas al entrar en una iglesia en este caso la de Cefalú en shorts. Como no me negué a taparme la cabeza en las mezquitas de Estambul por una cuestión de respeto a unas creencias religiosas. Si no me gusta, me quedo fuera. Pero ¿en la playa? ¿En una playa en la que teníamos a más de cincuenta metros a la persona más cercana? Algunos sentirán envidia porque nosotros hemos perdido la capacidad de escandalizarnos por estas cosas. Pero lo que más me molestó fue un tono que dejaba entrever que si hubiera tenido el poder de ponerme un burka, me lo habría puesto.

En una sociedad así, un vídeo íntimo no lo olvidemos en que una mujer muestre su anatomía o disfrute del sexo es intolerable. La única pregunta importante es si habría pasado lo mismo si se tratara de un hombre. Las burlas colectivas la llevaron a la muerte. ¿Su pecado? Cometer la imprudencia de dejarse grabar por alguien en quien confiaba y que, con algo de suerte, será condenado por un delito contra la intimidad. Lapidada en la plaza pública de Twitter y Facebook por quienes se creen jueces de lo censurable. No les iría mal revisar algún pasaje de la Biblia en que Jesús salva a una mujer adúltera de ser apedreada, si eso es lo que les importa.

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