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Antonio Papell

Vargas Llosa y la paz colombiana

Muchos ciudadanos de este país tenemos memoria y la ejercitamos, algo que sin duda contraría y sorprende a quienes se han comportado incongruentemente a lo largo del tiempo. Así por ejemplo, algunos sentimos perplejidad cuando comparamos la postura de insignes prohombres de nuestra política y nuestra clase intelectual en relación al proceso de paz colombiana con la que esas mismas personas mantuvieron con relación a ETA. Es obvio que la guerrilla colombiana y la organización terrorista vasca no son idénticas pero se me reconocerá al menos que alguna familiaridad tienen entre sí: la derivada de defender mediante la violencia las propias posiciones políticas.

Pues bien: mi perplejidad ha llegado al límite al leer un artículo dominical de Mario Vargas Llosa, el apóstol del liberalismo sin tasa, en el que desarrolla una argumentación simplicísima para apoyar fervientemente el acuerdo de paz. Transcribo el texto del Nobel hispanoperuano: "Hay que pagar ese precio para que, después de más de medio siglo, los colombianos puedan por fin vivir como gentes civilizadas, sin seguirse entrematando. De lo contrario, la guerra continuará de manera indefinida, ensangrentando el país, corrompiendo a sus autoridades, sembrando la inseguridad y la desesperanza en todos los hogares. Porque, luego de más de medio siglo de intentarlo, para él ha quedado demostrado que es un sueño creer que el Estado puede derrotar de manera total a los insurgentes y llevarlos a los tribunales y a la cárcel. El Gobierno de Álvaro Uribe hizo lo imposible por conseguirlo y, aunque logró reducir los efectivos de las FARC a la mitad (de 20.000 a 10.000 hombres en armas), la guerrilla sigue allí, viva y coleando, asesinando, secuestrando, alimentándose del, y alimentando el narcotráfico, y, sobre todo, frustrando el futuro del país. Hay que acabar con esto de una vez".

No se podía expresar mejor la aplicación al caso del denostado axioma "el fin justifica los medios", compendio del cinismo histórico más desacreditado. Actitud que obliga a interrogarse sobre la postura de estos mismos liberales en el conflicto vasco, cuando criticaban airadamente a la izquierda en el poder Rodríguez Zapatero y Rubalcaba, en concreto cuando aquel gobierno protagonizaba el final dialogado de ETA que llegó a un feliz desenlace sin que el Estado hiciera la más mínima concesión a los terroristas. Todavía se escuchan las críticas y hasta los dicterios a quienes, supuestamente, lesionaban la dignidad de las víctimas por aquel procedimiento, que, al contrario del que dirige Juan Manuel Santos en Colombia, no implicó beneficio penitenciario alguno, ni mucho menos indulto o amnistía, para los delincuentes de ETA, que continúan por supuesto en las cárceles o en busca y captura según los casos.

En estas contradicciones abunda como ingrediente espesante la desfachatez intelectual, esa especie en que ha derivado la frivolidad política de algunos trasnochados sectores de opinión. Porque la cuestión etarra ha sido manejada en este país como arma arrojadiza con demasiada ligereza y con bien poca grandeza de espíritu. Por ello, cuando los colombianos deciden pragmáticamente avanzar por la vía del realismo, aunque de dudoso sentido moral, bien está que se les reconozca el derecho a hacerlo pero es un sinsentido que quien ha alardeado de pureza doctrinal democrática y de una ética depurada y estricta se lance a aplaudir acaloradamente. E incluso algún mandatario que gestionó la cuestión etarra desde determinadas premisas debería abstenerse, por pudor, de viajar a Cartagena de Indias a celebrar el acuerdo entre el gobierno colombiano y la guerrilla. Un acuerdo que consagra después de todo la cuasi impunidad de los guerrilleros.

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