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José Francisco Conrado de Villalonga

El país se va a liar a tomatazos

La indigencia política y el bloqueo institucional, propician la proliferación de noticias sobre absurdos y sorprendentes eventos patrióticos. La semana pasada las televisiones, especialmente TVE, se prodigaron y ensalzaron la tomatina de Buñol (¿Bunyol?). Ese pueblo de Valencia que celebra su fiesta con una algarada callejera consistente en arrear tomates a cualquier persona a la que se pueda alcanzar. Es una de esas celebraciones, casposas, vulgares que tanto proliferan. Alguien dice que promocionada o aireada por la "marca España", si fuese así, menuda ordinariez. 170.000 kilos de tomates desperdiciados para que 25.000 personas descerebradas se líen a tomatazos. Dice el alcalde del pueblo que se trata de una fiesta de "nivel internacional". Seguramente se basa para tan cosmopolita afirmación en que algún japonés raro, algún que otro australiano chalado y uno o dos coreanos grillados se han sumado a la gamberrada.

El alcalde debería de saber que el tomate es un fruto rico en glicoalcaloides sustancia tóxica, y a juzgar por lo que se ha mostrado del festejo, las personas que allí estaban arreándose tomatazos han tragado mucha tomatera por boca, nariz, ojos y seguramente por otros orificios no tan visibles, orificios en los que, por pudor, será mejor no entrar en detalles, pero téngase en cuenta que si los glicoalcaloides penetran por ahí, esas partes del organismo no se están preparadas para ese incidente y las consecuencias pueden ser muy irritantes. El ayuntamiento se expone a tener que pagar indemnizaciones para reparar algún que otro perjuicio. ¡Asco de país!

170.000 kilos de tomates para convertir el pueblo y sus calles en una olla de gazpacho, un gazpacho colectivo, en el que se revuelcan, restriegan y refriegan 25.000 personas. Una auténtica gamberrada social, una fiesta absurda, espantosa, aberrante, obscena, ¡qué gran tontada!, ¡qué asco las fotografías! Parece ser que, a la vista de la tradición de este festejo, qué pena de tradición, el gobierno de la comunidad o el central, no se sabe, lo quieren declarar, si no lo han hecho ya, "fiesta de interés turístico internacional" y, esto ya sería el colmo, una patada al buen gusto, si todavía queda algo de buen gusto en este país.

The Washington Post se hacía eco de esa gazpachada española y se rasgaba las vestiduras pensando en la cantidad de personas que en el mundo actual se mueren de hambre y otras tantas que tienen dificultades para alimentarse suficientemente. Parece ser que el gobierno de Nigeria ha protestado por el desperdicio de un alimento que allí no llega, lógico reproche. Sería bueno que las autoridades correspondientes fueran a explicar a los negritos de Níger, o a los niños de Sri Lanka, por ejemplo, las excelencias de este evento y en la FAO lo interesante y razonable que resulta tirar toneladas de tomates por los sumideros de Buñol. Para producir un solo tomate se precisan trece litros de agua, fertilizantes, electricidad y mano de obra y todo ese esfuerzo se va por el albañal.

Estos embates de Buñol recuerdan la beligerancia entre los líderes políticos, todos contra todos, aunque de momento sin tomates. No asumen el resultado de las elecciones y el mandato implícito que conlleva, negociación y acuerdo y si no lo hacen el Congreso puede convertirse en otra tomatina. En 1978 el director cinematográfico John de Bello llevó al cine un tema absurdo, fue una de las peores películas del cine americano, The attack of the killer tomatoes ("El ataque de los tomates asesinos"). El relato consiste en que unos tomates modificados genéticamente atacan a la población. Cuidado porque en la próxima campaña electoral pueden volar tomates. Un espanto de película, un horror la tomatina y un fracaso la política.

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