Diario de Mallorca

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He leído un reportaje sobre un dispositivo informático que tiene la apariencia de un pendrive (o flashdrive, como lo llaman en los Estados Unidos) de los que se conectan al ordenador insertándolo en un puerto USB. De hecho he tenido que leer el artículo dos veces porque la primera, tras llegar al final, no podía creer que lo había entendido bien. Pero sí; lo había comprendido a la perfección. Lo que hace ese pendrive no es servir como disco externo para almacenar algo; cuando se conecta, destruye el dispositivo en el que uno ha tenido la pésima idea de insertarlo. Aunque tampoco la cosa va de mala suerte porque el aparato de marras se llama USB killer y hoy en día todo el mundo capaz de usar un pendrive, o incluso si se trata de un simple aficionado a las películas de suspense, sabe lo que quiere decir esa palabra en inglés.

Sucede que el USB killer vale cerca de 50 euros, así que hay que comprarlo para poder seguir luego con el entretenimiento, o no sé si llamarlo performance artística, de destruir el ordenador de quien se ha gastado los cuartos. Pues bien, lo mejor de todo es que las existencias del asesino de computadoras y tabletas se agotaron en cuanto salió a la venta. Creo que hay cola para cuando lo vuelvan a fabricar.

El episodio me ha recordado las tiras de Dilbert que, al menos en tiempos, se publicaban en este diario firmadas por Scott Adams. Dilbert es, como sabe la legión de sus lectores, un ingeniero, un teleco que sufre a un jefe del todo inútil, licenciado en una materia de humanidades. En los cubículos de la empresa Dilbert y sus compañeros se ocupan de lograr patentes que después su jefe se encargará de comercializar con el resultado imaginable. En ocasiones el jefe les reclama que entreguen un producto a medio hacer. Recuerdo una tira en la que, al ser interrogados los ingenieros acerca de qué hace en ese estado de diseño uno de ellos, le contestan que de momento destruye el ordenador, salvo que esté en red. ¿Qué hace si lo está? Pregunta el jefe. Si está en red destruye todos los ordenadores conectados.

Lo que era materia de risa en las tiras del tebeo se vuelve realidad aún más curiosa e interesante gracias a la aparición del USB killer, pensado en su inicio como un aparato para constatar la seguridad de las computadoras que se fabrican y elevado ahora a la categoría del disparate. Confío en que le sigan bolígrafos que te llenen la camisa de tinta en cuanto les quites el capuchón, coches que agoten siempre la batería al intentar darle al motor de arranque, televisiones que hagan volar en pedazos la cuando se enchufan y libros cuya única utilidad sea la de que sus páginas, de plomo, se caen rompiéndote un pie cuando los abres. Se podría añadir una comida que te destroce el hígado y obstruya las arterias pero ésa ya existe. Forma parte de la dieta de casi todos los norteamericanos, incluyendo en ellos a los habitantes de Méjico, a la hora del desayuno.

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