Eso, efímeros y cambiantes y además los conocemos como el resultado de un consenso estadístico. Y a pesar de ello, hacen muy bien lo que hacen aunque no lo saben ni esperemos que puedan saberlo. Poseen intuición e instinto básico, pero sólo a nivel genético; combinan sus acciones con sus mutaciones para adaptarse de forma continua al entorno cambiante. Progresan y se diversifican ocupando nichos ecológicos nuevos; a veces hostiles y en otras rastreros, eso sí siempre engañando al poderoso.

Cabalgan entre dos mundos, la geología cristaloide y la biología; vivos o inertes llevan miles de años entre nosotros. Llegaron los primeros, desnudos y débiles, debieron flotar en la sopa de la vida y en esa masa acuosa fueron haciéndose mayores y más complejos. Tenían frío y se metieron en una primitiva célula para cobijarse; primero rechazados, luego tolerados y finalmente integrados. Nacía de este modo tan poco romántico la primera célula compleja. Un trozo de algo con memoria replicativa se aliaba con un montón de membranas lipídicas para iniciar un camino inesperado. Parece que no les fue tan mal, pues todavía los tenemos entre y dentro de nosotros.

No los vemos, y no nos hace falta para saber que están ahí, y no nos ven, no lo necesitan y lo eluden, demasiado gasto. Saben cómo llegar a nosotros y como saltar y pasar de uno a otro. Les ayudamos sin querer, de forma espontánea, o deseando hacerlo, a propósito y con intención malévola. Es triste pero casi siempre somos un hotel, o un simple hostal, en el que reponer fuerzas y mejorar. Tras el descanso reparador, se van o los mandamos de nuevo a su habitat natural, el medio ambiente.

Tienen fábricas en nuestro interior y de uno salen millones; siempre mejores, siempre iguales pero diversos y con sueños de gloria y evolución. Siempre hay alguno que posee esa cualidad, esa osadía, esa capacidad para hacer frente a un nuevo reto. No lo saben que entre ellos siempre hay alguno más preparado y más activo, con una mayor capacidad de variabilidad y adaptación. Y ese probablemente será el líder de la progenie, perpetuándose más adelante para trasmitir todo eso a otros como él. Pero lo más seguro es que pocos o incluso ninguno de sus herederos sea igual que él. A lo mejor al principio parezcan gotas de agua, pero tras las primeras oleadas, la resaca dejará destrozos y penurias y aquellos que victoriosos se alcen tras el duro combate con el adversario, podrán proseguir su andadura para volver a convertirse en efímeros y cambiantes.

Algunos se han vuelto cómodos y han decidido quedarse para siempre con nosotros. Les damos cobijo y seguridad; se han adaptado a nuestro ciclo biológico y les parece perfecto. No nos dan nada, salvo disgustos, pero los tenemos dentro y moriremos con ellos. Por suerte pocas veces los trasmitimos a nuestros descendientes, aunque algunos se han especializado en ello. Es una muy buena estrategia para perpetuarse sin tener que esforzarse, pero también tiene un coste evolutivo, ya no mejoran, ya no cambian, sólo se adaptan a nosotros y cada vez son más nuestros que suyos. Perpetuarse para no cambiar; ésta no es la esencia de la vida. El cambio constituye la rueda de la vida, por ello sus cambios son esenciales para que otros también cambien, aunque sea poco o poco perceptible.

Nos sorprenden cada día apareciendo en lugares remotos, desconocidos hasta su salida y temidos hasta su comprensión. Hay tantos y tantos que jamás podremos llegar a conocerlos todos, sólo sabremos algo de aquellos que furtivamente se acercan a nuestro entorno y nos muestran su poderío y crueldad. Sin embargo en estos nuevos viajes a lo desconocido que inician, siempre con incertidumbres y temores, nunca pretenden ni han pretendido acabar con nosotros, sólo quieren mostrarnos de lo que son capaces sino los dejamos en paz en sus zonas de habitabilidad. Sólo tememos lo conocido pero es que lo desconocido es infinitamente superior a ello; en esta área es donde mejor se manejan.

Sabemos que se ocultan y aparecen, emergen y reemergen, deslumbran y ensombrecen a la humanidad. Ese es su poder y su gloria, y en nuestras manos está el ser capaces de vigilarlos y controlarlos. Siempre estarán a nuestro lado y, es verdad, debemos combatirlos y acabar con ellos, pero en igualdad de condiciones. Nuestra inteligencia no es la suya, es mejor o diferente pero ellos mismos nos han enseñado como debemos actuar y convertirlos en nuestros aliados. Podemos usarlos para mejorar la agricultura, la ganadería, evitar las infecciones, pero siempre bajo el respeto mutuo. Dos entidades biológicas frente a frente pero con inteligencias distintas; dos conceptos de la vida, uno sobrevive, el otro sobrevivirá a pesar nuestro.

Todo esto que estamos describiendo no son más que los simples y rudimentarios virus, que a pesar nuestro, fueron nuestros orígenes y serán nuestros herederos. Les debemos gran parte de lo que somos, o al menos algo de ello; les hemos adelantado pero todavía se ríen de nosotros. Cada año acaban con millones de humanos y a pesar de ello seguimos aquí; nuestro genoma está salpicado de sus restos y ya forman parte del patrimonio genético de la humanidad. Dime que virus albergas y te diré quién eres.

Siguen siendo efímeros y cambiantes, y que no dejen de serlo. Su comportamiento dependerá en gran parte del nuestro; si les facilitamos su acercamiento, vendrán, si los hacemos viajeros, viajaran y si los atacamos se defenderán. Son muchos millones más que nosotros, invisibles pero al acecho, por ello debemos darles el rango biológico que se merecen y respetarles en su comportamiento. No nos son útiles pero si necesarios, por ello pactemos una tregua que nos permite convivir en paz. Más efímeros y más cambiantes que nosotros, nos enseñan cómo adaptarnos al entorno cambiante que estamos creando en este planeta cada vez más hostil.

*Doctor de la Unidad de Virología del Hospital Universitario Son Espases