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Antonio Papell

La hipótesis de las terceras elecciones

La constante mención a los intereses generales de los españoles en boca de los grandes partidos cuando exageran los inconvenientes de unas terceras elecciones no es creíble. Si realmente existiera preocupación por el devenir de España, las negociaciones después del 20D hubieran durado unos pocos días. De donde se desprende que ese rechazo a una nueva apelación a las urnas tiene que ver casi exclusivamente con los intereses particulares? La negativa inflamada que se escucha proviene o bien de la hipocresía o bien del temor a perder posiciones. En definitiva, los cuatro actores principales querrían explotar lo más exitosamente posible la actual geometría parlamentaria para evitar una decepción si se vuelve a poner a girar la rueda de la fortuna electoral.

En verdad, es imperdonable que se nos someta a un periodo tan largo de provisionalidad, que impide objetivamente que prosiga el proceso de modernización y avance de nuestro país (siempre algún discrepante dirá que al contrario, que la inhibición prolongada de la ineptitud nos ofrece grandes ventajas) y que pospone determinadas reformas, como la del sistema de pensiones o la del modelo de organización territorial, que son urgentes porque en ambos casos comienza a fallar la sostenibilidad.

Sin embargo, escuchando las propuestas que se realizan, las fórmulas que se barajan, las hipótesis que se manejan, unas nuevas elecciones se antojan una esperanza. Esperanza de que sea finalmente la ciudadanía la que dé el golpe de timón y proporcione una fórmula de gobernabilidad más clara y rotunda.

Los diagnósticos varían: en el barullo de opiniones diversas, más o menos respaldadas por encuestas no siempre fiables, se escuchan tesis contrapuestas. Hay quienes aseguran que el PP saldría ganando, de acuerdo con la misma tendencia ascendente que registró el 26J con respecto al 20D, sobre todo por efecto del 'voto útil' de electores que se habrían decidido a facilitar así la gobernabilidad. Otros afirman que los partidos 'nuevos', Ciudadanos y Podemos, saldrían muy golpeados de la repetición electoral; el primero, por su notoria volubilidad, ineficaz hasta el momento; el segundo, por su caóticas querellas internas, fruto de una evidente división ideológica, y por la falta de consistencia de su mensaje, bien coherente con la deriva de la dirigencia, que ha mimetizado con rapidez los vicios de la 'casta'.

Tales interpretaciones son muy arriesgadas y escasamente fiables. Lo único cierto es que los electores hemos acopiado mucha información en estas semanas de forcejeos y zozobra. Los líderes se han retratado ante la ciudadanía para lo bueno y para lo malo y las organizaciones se han mostrado al desnudo con toda su crudeza. La disposición y la capacidad de pactar de cada uno de los partidos ha podido verse con suficiente claridad. Conocemos en definitiva mejor que antes a nuestros políticos y hemos tomado bastante conciencia del papel de las organizaciones políticas en la gestión del futuro?

En estas condiciones, parece pues probable que los electores afinemos más que antes la decisión suprema de votar, rectifiquemos determinados rumbos, cambiemos las apuestas primigenias o nos ratifiquemos en ellas? Las mudanzas electorales son forzosamente lentas, es lógico que así sea, pero no puede descartarse que se produzcan mutaciones lo bastante decisivas para alumbrar el panorama y forzar la decantación de una fórmula de gobierno que nos saque del atolladero.

Eso sí: si hay terceras elecciones, los cuatro principales líderes políticos deberán prometer solemnemente que se marcharán si en una semana no consiguen después la fórmula de gobierno definitiva. En una política tan personalista como la nuestra, no hay duda de que ello facilitaría las cosas. Lo extraño es que, siendo tan patriotas, no se hayan dado cuenta a tiempo de ello.

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