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Antonio Papell

Las causas del bloqueo

El bloqueo que ha hecho imposible que prosperaran las dos tentativas de investidura celebradas hasta ahora, una tras el 20D y la otras después del 26J, se ha debido como es obvio a la incapacidad de pactar de los cuatro grandes actores presentes desde que, en las elecciones generales del año pasado, el viejo bipartidismo desembocara en el modelo actual en que dos "viejos" partidos cohabitan con dos partidos "nuevos". La fractura cleavage es el término inglés, más expresivo no es sólo ideológica ni terminológica: los sociólogos han acreditado con las encuestas del CIS en la mano que también hay una brecha cultural y tecnológica entre unos y otros, de forma que las clientelas de Ciudadanos y Podemos acuden a las nuevas TICs con más ímpetu y asiduidad que las del PP y PSOE.

Las razones de la incapacidad de pactar son fundamentalmente dos: una psicológica, relacionada con los hábitos políticos surgidos de la transición al término de la dictadura, y otra estructural, ligada a la singularidad de nuestros partidos políticos, más vinculados a formas oligopólicas de detentación del poder que a una tradición democrática fecunda y satisfactoria para representantes y representados.

La primera causa, la cultura política reconcentrada y autista que considera la negociación y el pacto una claudicación ante el adversario, es un producto histórico que proviene seguramente de concepciones arcaicas, revolucionarias, de la militancia política en la etapa autoritaria. Los partidos clásicos de los que provienen los actuales, y especialmente los de izquierdas, alentaban todavía utopías, que requerían virtudes heroicas. Nuestros partidos, en fin, tienen todavía una teleología mágica, un horizonte trascendente, que no transige con adherencias procedentes de otras propuestas ideológicas. Como acaba de decir Rodríguez Zapatero, todavía es preciso, en fin, convencer a los partidos de que "pactar no es traicionar" las propias convicciones o a los apoyos recibidos de las clientelas.

La segunda causa hace referencia a la propia concepción de los partidos, un asunto que ha tratado con brillantez José Antonio Gómez Yáñez. "Los partidos son criaturas muy complicadas escribe el sociólogo, que en España están creando problemas desde hace casi dos décadas, cuando PP y PSOE entraron en rendimientos negativos (corrupción, liderazgos dudosos, malas decisiones, etc.)". Por ello, no basta con declaraciones genéricas de democracia interna ni con elecciones primarias más o menos articuladas: "Necesitamos una ley de partidos como la alemana que, para empezar, obligue a los partidos a hacer congresos cada dos años en fechas fijas, lo que permitiría apartar a los líderes de manera casi automática si es necesario y obligar a elegir a los candidatos por votación de los afiliados, lo que les independizaría de sus "superiores". ¿Recuerdan que Cameron quiso quedarse al frente del Partido Conservador y del Gobierno hasta octubre y su grupo parlamentario lo apartó convocando elecciones a líder?, tres semanas duró el problema. En España, eso es impensable".

En resumidas cuentas, todo indica que con los mimbres actuales el problema no tiene solución por la sencilla razón de que la realidad es la que es y nada asegura que unas terceras elecciones arrojarán una correlación de fuerzas más manejable. Hemos llegado a un punto en que los defectos del régimen una gran rigidez moral, una mala organización y concepción de los partidos, un pésimo sistema de formación de mayorías mediante el artículo 99 de la Constitución impiden que salgamos del atolladero. El conflicto requiere cambios, pero antes, una vez detectadas y acordadas las transformaciones, es indispensable que las fuerzas políticas establezcan una fórmula provisional de gobernabilidad para romper el nudo gordiano de la actual parálisis. Y en esto consiste la gran dificultad, que no cesará si no surge algún estadista dispuesto a dar el golpe de timón.

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